Por Ángel Fernández.
“Le basta a un hombre encadenado cerrar los ojos para que tenga el poder de hacer estallar el mundo” Octavio Paz.
La vida es un experiencia increíble, y si nos olvidamos de ello todo se volverá frío y mediocre. La historia nos está llevando a una situación muy incómoda. Ahora tenemos la elección de elegir entre las falsas esperanzas, entre los temores que pueden eclipsar nuestra razón – lo peor que pasaría, lo peor de todo, es no hacer nada-. Si no actuamos solo nos quedara un triste fuego de hogar donde calentarse las manos, pero todo estará vacio.
A lo largo de la historia ha habido etapas muy malas, peores que la nuestra. Así, que ante todo mucha calma. El capitalismo ha sido una victoria que comenzó con los fríos calvinistas sobre los calientes del sur. Al final hay que echar cuentas de todo esto. Tantas horas preciosas tiradas haciendo el imbécil en este nuevo orden mundial que te tiraniza bajo el lema “hacerlo más deprisa que el vecino” sin dejar ni un minuto para observar, escuchar, poder entrar en la esencia de las cosas.. Sin ganas para nadie. Lo único que nos queda por perder es la privación de libertad.
Aun así no hay motivos para ser apocalípticos: si la pantalla te inhibe la reflexión, utiliza ese aparato llamado mando a distancia, of. Ya se sabe que ante la alfalfa televisiva lo mejor es desempolvar esos viejos LPs y darle al play. Cuesta, ya sé que cuesta, ¿Por qué? Nos hemos acostumbrado (nos va la marcha) a no detenernos a observar, actuamos ante lo que estamos mirando pero sin saber el motivo, ya no podemos ser críticos de lo que vemos, somos cómplices sin poder modificarlo. No, gracias.
En el fondo todos tenemos una mochila llena de vivencias, como se dice “un libro de memorias”, recuerdos de aquel festivo corazón que olía las tardes de tormenta de verano, los chapuzones en las aguas frías de los ríos de verdad, ese olor a cerveza de los Chiringuitos en las fiestas de los barrios, la bicicleta que rompiste en un barranco al que le llamábamos circuito, las mochilas de cartón, las chapas imposibles, el abuelo que te llevaba a pescar ni se sabe, la hogaza de pan de tres kilos, los techos de la cocina con ese hollín brillante, el retrete de madera, la primera vez que viste una bañera, las batallas con bolsas de arena, los inviernos fríos- fríos de verdad- calentándote con un brasero, la primera Nochevieja, el primer paseo de la mano de alguien, la ternura de los desconocidos amigos de la familia, ..Que cada cual añada lo suyo.
Por todo esto –no quiero sonar redundante y quizá no sea políticamente correcto- agradezco estos días extraños, estos días a los que a muchos «autónomos» nos ha dado tiempo a encontrarnos con nosotros mismos, a tener tiempo para nosotros, a observar de nuevo. Es tanto el stress al que estamos sometidos que algo así es como una corriente de aire fresco. Sé que no va a durar, incluso que va a empeorar.
Da igual, la belleza de lo descubierto va por dentro. Es muy sencillo: no hay mentiras, no hay hipocresía. Es cristalino. Como si no tuvieras nada y lo tuvieras todo. No hay necesidad de producir algo para justificar nuestra propia vida, todo es más real, quizá nuestro ser más originario.