La soledad y nosotros

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La vida y el dolor de vivirla como un eterno sobreviviente de uno mismo, creo que es lo que me impele a escribir día tras día, en el intento de contarme historias con palabras que puedo entender en el idioma que aún no logro rezar, soñar o pensar.

Como poeta, pienso que el amor es una cuestión de fe, que nace de nuestra decisión de espantar la soledad y todos los demonios que la acompañan; sencillamente, porque no queremos apropiarnos de algo tan nuestro, tan humano como es la soledad así, en el intento de despoblar el cuarto invisible donde habitan los demonios compañeros de la soledad, buscamos el amor y aseguramos amar. Y más, prometemos y juramos que es para toda la vida.

Las juras de amor eterno y todo lo que las envuelven como actos deliberados, ante la sociedad que aprueba (o desaprueba) los actos individuales de cada ser humano, es apenas el empiezo de la metamorfosis, a que nos sometemos en el intento de abandonar la soledad, que a partir de ese momento se siente acompañada. Porque dejamos de ser yo, para ser nosotros. Al tiempo en que garantizamos la reproducción del modelo social que nos fue impuesto, sin cuestionar nada, siquiera pensar si existe otra posibilidad de espantar demonios, sin unirlos a los demonios del otro, sin crear un pequeño infierno tibio, monótono y repetitivo por los siglos de los siglos.

Talvez, eso pase porque no preguntamos, en qué creemos y por qué creemos. Apenas, reproducimos el modelo impuesto, asumiendo la ética que nos fue heredada. Empero, aseguramos que somos felices, somos en el caso, es la suma de seres en los que nos multiplicamos al unirnos con el otro, sin haber identificado a los otros que ya hacían parte de nosotros desde antes, cuando estábamos oficialmente solos.

“Ellos tienen razón”

“esa felicidad \al menos con mayúscula\ no existe \ah, pero si existiera con minúscula\seria semejante a nuestra breve \presoledad \\después de la alegría viene la soledad \después de la plenitud viene la soledad \después del amor viene la soledad (..)” así, habló Mario Benedetti, sin pensar que yo me agarraría de su mano un día, para tratar de entender el dolor de no poder llorar, cuando me siento así, tan sola, tan triste y tan acompañada…

Eso ocurre porque, al fin y al cabo, la soledad es mía, es tan mía cuanto tuya, es ésta parte de nosotros que no queremos aceptar, como si fuera un defecto… Cuando apenas, es algo intrínseco a todos. Es nuestra orfandad primigenia, que se manifiesta en la necesidad de conocernos a nosotros mismos a profundidad, porque cuando hacemos el viaje hacia adentro, el viaje interior, encontramos los demonios que nos acompañaron desde siempre y que no habían sido tan malos, como tratamos de imaginar “a priori”.

“(…) ya sé que es una pobre deformación \pero lo cierto es que en ese durable minuto \uno se siente \solo en el mundo \\sin asideros \sin pretextos \sin abrazos \sin rencores \sin las cosas que unen o separan \y en es sola manera de estar solo \ni siquiera uno se apiada de uno mismo (…)” dijo Benedetti, sin pensar que vendría Erich Fromm a reforzar toda la teoría social que nos fue impuesta de que en vez de centrarnos en todo lo que nos falta, debemos recordar todo lo que tenemos y practicar la gratitud con la vida, con uno mismo: “Si con todo lo que tienes no eres feliz, con todo lo que te falta tampoco lo serás”, escribió Erich Fromm, sin recordar que tal vez, la soledad tan eterna que sentimos, sea la manera más sencilla de manifestar la existencia del otro o de otros que nos acompañan, que nos pueblan y que no admitimos y tratamos como demonios que deben estar ocultos en un cuarto oscuro, como demonios que no debemos mencionar, peor encontrar.

Es cuando negamos la posibilidad de apiadarnos de nosotros mismos que buscamos el amor, como una salvación miserablemente terrena que debe dejar de ser romántico para ser conyugal, donde dejamos de ser yo para ser nosotros, donde el placer usa pantuflas y camina de la mesa de la cocina hasta el televisor. Pero aseguramos que somos felices, que todos somos felices.

Sin pensar que Mario Benedetti tenía razón: “(…) hay diez centímetros de silencio \entre tus manos y mis manos \una frontera de palabras no dichas \entre tus labios y mis labios \y algo que brilla así de triste \entre tus ojos y mis ojos\\claro que la soledad no viene sola (…)” Porque entre nosotros existe la soledad de cada uno, la tuya que te envuelve en cinco centímetros donde caben tus otros yos, y la mía con cinco centímetros de demonios que trato de no conocer, para que la sociedad no desapruebe mi actitud, en caso los conociera, y me rotule de loca.

“(…) si se mira por sobre el hombro mustio \de nuestras soledades \se verá un largo y compacto imposible \un sencillo respeto por terceros o cuartos \ese percance de ser buena gente(…)” porque, el poeta ya sabía antes de mí, que nuestra soledad anda acompañada y sus acompañantes, son los que nos hacen así, medio melancólicos y tristes cuando hay lluvia y cuando brilla el sol… Y nos recogemos a refugiarnos al medio de nosotros, o sea, nos recogemos a nuestro nido, donde están todos los que hemos reproducido cuando aceptamos la metamorfosis de dejar de ser yo para ser nosotros y pensamos que el amor era eterno, como eterno es el olvido

“(…) a veces no me siento \tan solo \si imagino \mejor dicho sí sé \que más allá de mi soledad \y de la tuya \otra vez estas vos \aunque sea preguntándote a solas \que vendrá después \de la soledad”, a veces pienso, que el amor es una cuestión de fe, que nace de nuestra decisión de espantar la soledad y todos los demonios que la acompañan y como un eterno sobreviviente de mí mismo, escribo contándome historias con palabras que puedo entender, en el idioma que aún no logro rezar, soñar o pensar.