“Como escritora desgrano ideas poco a poco; y las ideas se materializan a través de la pluma como granos al sol.”
Recuerdo que al comienzo de los años ochenta escribíamos en las servilletas en el bar, destejiendo sueños, en el lejano tiempo de la universidad, cuando nuestra ingenuidad rebasaba la razón y pensábamos en ser escritores a continuación… Pero, creo que tuvimos que trabajar en otras cosas para poder vivir; o más bien, tuvimos mucho miedo de enfrentarnos a nuestro destino y dejamos fallido nuestro mejor proyecto, aquél del tiempo de la ingenuidad, aquél que dejamos para después…
Entonces así, sin mayores trámites, el oficio de buscar palabras adecuadas para significar las impresiones que causan las experiencias, se quedó en muchos casos, en el baúl de los deseos.
Es emocionante escribir por el placer de escribir, y este acto causa una especie de adicción; quizás, porque este es un oficio que seduce al permitir expresar sentimientos; como también permite, materializarlos y en ese afán uno, mismo sin desear, algunas veces, logra entender al otro.
El escritor, muchas veces, desarrolla la particularidad de intuir los sucesos que, a la postre, cambian la vida de los lugares o de las personas; eso por qué, el escritor es, antes de nada, un observador minucioso, que medita sobre el entorno y las circunstancias, especialmente, de los demás, puesto que es mucho más fácil escribir sobre las ocurrencias de los demás, que sobre la existencia de uno mismo.
En la escritura influyen muchas cuestiones, ya que la escritura no es sólo sobre sentimientos, emociones y actitudes, la escritura es sobre mucho más, pues, es también sobre lo cotidiano corriente, que es algo tan complejo dentro de su espontaneidad, que quizás por eso, la escritura se reviste en ciertos momentos de responsabilidad social, aun cuando no sea el deseo del escritor. Por otro lado, es pertinente recordar que, en nuestra América, la práctica literaria subsiste, en muchos casos, como tabla de salvación para soportar la tribulación social, que muchas veces nos tiene a todos sitiados en la amargura.
Todos los sucesos emanados del quehacer humano, traen consigo la dimensión consecuencia y culpa, o por lo menos, cierta responsabilidad, de ahí que, el acto de escribir se reviste de responsabilidad, en primer lugar, con uno mismo, luego con los demás.
El escritor es el sujeto normal, que vive y comparte las mismas circunstancias que los demás habitantes del mundo, pero, se ocupa de observar y cifrar todos los sucesos, mientras que las otras personas apenas viven los sucesos cotidianos y cuando pueden, los olvidan.
Escribir es el acto de percatarse de las particularidades cotidianas y describirlas con palabras que expresan la parte intangible de los sucesos tangibles.
Una de las grandes ventajas del oficio de escribir, es que cuando uno se cansa de la realidad puede enajenarse explorando el mundo de la utopía que es un espacio ilimitado… El placer que uno disfruta, por transitar estos senderos, es incomparable.
Sin embargo, escribir, presupone muchos intentos abandonados en el camino, pues, uno empieza, no encuentra al momento la palabra que personifica de forma concreta la idea… entonces, uno lo deja para después. El “después”, es caprichoso y no llega.
En mi caso, en particular, que pienso en un idioma distinto al idioma en que escribo, la tarea es más interesante, pues, tengo que aprender nuevas palabras para traer a la superficie todo lo que pienso. Entonces, viajo en el maravilloso mundo de las palabras y constantemente me pierdo en sus recovecos, porque las palabras nuevas empiezan a hilar ideas nuevas, antes que yo pueda desentrañar la idea que originó el viaje. Entonces, otras palabras fluyen de mi pluma, construyendo un nuevo proyecto que me cautiva…
Además, cuando empiezo a escribir, no sé exactamente a dónde voy, tengo mucho entusiasmo por el mundo desconocido que se abre ante mí. Pero, se abren puertas hacia pasadizos desconocidos en el camino del laberinto del pensamiento; invariablemente, voy por otros caminos tratando de descubrir determinada realidad… Me distraigo de la idea inicial con facilidad, dejando sin cerrar el ciclo.
De tal suerte que los escritos inacabados nunca dejan de existir, no porque yo tenga alguna suerte de deseo, o pretensión, de buscar la perfección, como lo hacen muchos escritores; o por gustar acumular papeles en el escritorio; mi caso es otro, simplemente, son muchas ideas que me persiguen y pocas palabras para decirlas con claridad y con un cierto encanto; eso, precisamente, porque, no quisiera tener comentaristas, como tan bien lo describe Albert Camus: «Los que escriben con claridad tienen lectores; los que escriben oscuramente tienen comentaristas».
El oficio de escribir, fácilmente se convierte en un estilo de vida, muy grato, por cierto; quizás porque escribir, en muchos casos, es un disfraz o más bien, una estrategia para vivir; quizás, para vivir intensamente sin salir de casa; o para vivir acompañado de los propios temores, neurosis y fobias sin enfrentarlos; pues el escritor, a gran diferencia de los demás, puede vivir otras vidas a través de sus personajes.
Todo eso porque al escribir, se es totalmente libre, uno puede abandonarse al mundo de la utopía y allí encontrar el mundo perdido: perfecto. Pues, el escritor es quien encarna la auténtica libertad de pensamiento y de expresión, tan preciadas, por ser un derecho inherente al ser humano, aunque, estoy segura, nadie renuncia a su vida para ocuparse de escribir; aun cuando se percata que la literatura está en todos los ámbitos de la vida; o mismo cuando percibe que sería una gran salida. Los seres humanos tienen dificultad de asumir salidas para mejorar sus propias vidas.
Ese es un oficio sumamente agradable, casi un rito diario. Pues, cada escritor repite, silenciosamente, un extraño ritual de hablar consigo mismo en un soliloquio eterno, frente al mundo donde todo es potencialmente literario. Lógicamente, hay los que dicen que este es un oficio difícil; no lo sé… Pienso que todos los oficios tienen su propio grado de dificultad inherente a sí mismos.
Insisto en que se trata de un oficio agradabilísimo, aun cuando sea un oficio bastante solitario (creo que Gabo ya lo dijo), pero, es normal en ese oficio, que uno diga lo mismo que otros ya dijeron; y transite por el camino de vocablos que otros anduvieron… Es, sencillamente natural, recorrer los caminos ya transitados, ya que una y otra vez uno vuelve a recrear el continente de palabras, para poder tratar de expresar la inmensidad oceánica del pensamiento.
Entonces, este oficio solitario de largas horas y eternos amaneceres, se llena de placer, gracias a la magia de la palabra: la materia prima, la dulce compañera, la que uno exhala como quien suda, en el intento de incorporar con exactitud una idea.
En el oficio de escribir, las palabras son casi todo, ya que ellas representan las circunstancias y las cosas. Escritas de infinitas maneras, las mismas palabras, toman nueva identidad según la pluma que las plasman. Las palabras hacen posible la expresión de los sentimientos y las relaciones, incluso con entes metafísicos o entre entes metafísicos, según fuera el caso. La palabra es el canal por donde se transmite el conocimiento.
Para mí, la palabra es un organismo vivo, dotado de belleza y sonoridad propia, capaz de dar frescura a un tema antiguo, dependiendo de la cadencia con que se las combina. La fuerza o ritmo de la palabra depende de cómo es escrita. La palabra es la que transforma los sentimientos en magia al tiempo que descifra los misterios que estaban ocultos, bajo la apariencia de otra cosa. La palabra es el instrumento que materializa las ideas, por tanto, ella sirve para que las ideas puedan resistir al implacable olvido.
Así, en la actividad de escribir el pensamiento se manifiesta a través del lenguaje y se solidifica a través de las palabras. Las palabras muchas veces escurren lentamente por la pluma del escritor, en el intento de expresar con exactitud el producto del arte de pensar.
El acto de pensar constituye una capacidad exclusiva del ser humano, eso lo diferencia de todos los seres vivos. El acto de pensar creativamente, diferencia al ser humano imaginativo de los demás seres humanos. El pensamiento creativo es simplemente, la representación del arte de pensar.
Como escritora desgrano ideas poco a poco; y las ideas se materializan a través de la pluma como granos al sol.
Plasmar ideas en la realidad es nada más que generar cultura; precisamente, la cultura que no es apreciada por las mayorías que prefieren el noticiero o la crónica policial a un libro; las noticias se pierden en la vorágine del tiempo, sin embargo, los libros perdurarán y a través de ellos la memoria de un tiempo, la cultura de cierta época, eso es bueno… Sí, es bueno saber que el resultado de nuestro oficio perdurará, y servirá de referencia para enaltecer un periodo donde los libros tienen menos espacio en el estante de la sala que el televisor.