Dialogo a la vieja usanza

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En algún lugar del planeta infestado por la peste del siglo XXI, cuyo nombre no importa recordar, en una noche de invierno, por el mes de julio, se encontraba Sancho (o Pedro o Juan) enfermo, a lo que fue a visitarle su noble amigo Miguel.

– ¿Qué te ocurre fiel amigo, que durante el día no has venido a verme?

– No sé qué me está pasando, pero siento como si me estuviera muriendo.

– Mi buen amigo, ¿qué tomaste anoche que te sentara tan mal?

– Sé que lo que me hizo daño, no fue la cena regada con vino. Estoy seguro que fue la gente que no usaba barbijo…

– No te preocupes mi fiel amigo, voy a ir ahora mismo a hablar con un médico y haré lo que sea para que los Gigantes me den los medicamentos para ti -dijo Miguel, siempre teniendo presente su locura creativa.

– ¡No vayas! Tu buena intención es lo que cuenta. Quiero contarte lo último que me ha sucedido:

Estuve soñando que estaba en mi retiro, donde los campos teñidos de amarillo, después de la siega del trigo, representan la paz silenciosa y bucólica que ya no existe en las ciudades ahogadas por edificios y por el sonido delirante del movimiento de máquinas que transportan gente, de propagandas que venden cosas, en fin, estuve en un espacio irreal, inalcanzable para las mayorías, pero que sí, existe. Un valle, donde los gansos son los más ruidosos y frenéticos transeúntes. Allí yo disfrutaba de la paz que no conoce wi-fi, me envolvía, constantemente, un abrazo amoroso y los sonidos eran tan placenteros como indescriptibles. Además, el tiempo y la televisión no invadían mi privacidad.

Estuve disfrutando del lugar y de todos los buenos sentimientos inherente a las circunstancias, cuando de repente, como salido del noveno círculo del infierno, apareció un fantasma reclamándome por cosas que desconozco, atribuyéndome actos irreales, que no cometí, hablándome sobre asuntos que no me dicen respecto, achacándome palabras que no proferí, hablándome de cuentos que le comentaron algunos aduladores fraudulentos y para mi gran sorpresa, contradictoriamente, rogándome que le dé paz…

Sabiendo que la paz, es un negocio de puertas a dentro, que es el sosiego que conocen los sujetos honestos consigo mismos, leales con su amada familia, justos y ecuánimes. Siendo una virtud que los que la disfrutan pueden dormir tranquilos toda la noche, porque saben que no engañaron a nadie para engrandecer al propio ego…

Me causó una especie de parálisis, no llegó a ser una apnea del sueño porque mi corazón se disparó, pero el impacto mitómano fue como una bola pesada que me golpeó con fuerza.

Pero noble amigo, para que comprendas mi pena, tengo que confesarte que el fantasma que irrumpía mi silencio tenía un nombre que, hace mucho tiempo, pertenece al léxico olvidado por mi mente. Entonces, podrás imaginar, la gran sorpresa que me causó.

Tú me conoces muy bien y sabes lo cuanto aborrezco a la mentira y la hablilla sobre la vida y pecados de los demás. Asimismo, sabes que no hablo con cierta gente para no indigestarme. Especialmente ahora, en estos tiempos de peste, que Hades abrió las puertas de su morada y ordenó a Caronte que no cobre moneda por el transporte, que lleve la barca llena como tren de periferia, que pague el que pueda, el que no pueda viaje igual, pues ya nadie tendrá que quedar a la orilla del río por no tener moneda. Yo aprecio mi tiempo y trato de usarlo sabiendo que cada día es único y puede ser el último.

De verdad, verdadera mi noble amigo, ahora prefiero dormir con mi moneda bajo la lengua, por si la muerte me encuentra dormido, no quiero que Caronte me mire de mala manera. Es suficiente la mirada de los envidiosos que me persiguen en vida, para no querer soportar la mirada disgustada por no llevar una moneda a Caronte.

Pues bien, el espectro era una cosa amorfa, cobraba la forma de las palabras que profería… Y vaya, se metamorfoseaba, cuando hablaba de muchas personas, tanto así, que no pude reconocerlo y tampoco puedo describirlo con precisión. Porque no se parecía a nadie que conocí en la vida, tal vez, pienso ahora, algunos sujetos se presentaron con brillantes máscaras… Sí, eso explicaría su intento de involucrarme en menjunjes que no apetezco. Completamente impactado, casi sin poder moverme le dije: – ¡espera!

Tú me has enseñado, que la verdad es hija del tiempo y que las injusticias son infames, así que ni en las pesadillas acepto ciertas actitudes.

El fantasma no pudo explicarse y dar nombres de su sequito de aduladores. Se puso incómodo en su crisis mitómana paranoide y trató de disculparse.  Así que, por mi parte, traté de hacer un pacto amoroso, le ofrecí mi amistad, al final cada uno ofrece lo que tiene, pero él no aceptó.

No podemos adivinar qué demonios persiguen a los fantasmas, tampoco, conocemos sus viejos dolores, así como no sabemos, qué buscan cuando se nos presentan de improviso y agresivamente. Son misterios dolorosos que permanecerán irresueltos en el tiempo.

Pues bien, mi noble amigo, cuando desperté, estuve tembloroso, prendí una vela y rogué a Dios por esa alma que, mismo cuando dice lo contrario, camina sin esperanza.

Después, cuando pude mirarme al espejo, vi que quedé con el rostro pálido, la expresión cansada y los párpados caídos. Me sobrevinieron los conocidos síntomas…

Ahora que has escuchado mi letanía en formato pesadilla, mi noble amigo:¿Qué dices?

-Mi fiel amigo, “la verdad adelgaza y no quiebra”, deje de poner esa mala cara. Sabemos que te vas a recuperar, mucha gente se recupera -intentó animar Miguel. -Como en los tiempos idos, estaremos de vuelta galopando por campo abierto…

-Cómo dijo el Quijote mi noble amigo: “- Nuestras aventuras fueron maravillosas, pero ese tiempo ya pasó. Es tarde, y la otra vida me espera.” Escucha la sirena de la ambulancia está llegando, no haga alarido por mi partida y por favor, mis cenizas las esparces en el campo.