Amigo mío, ¿estás listo para hacerme un servicio? (Vito Corleone)
«Creo que tiene que verlo un cardiólogo», escribió el número 2 del PP a López Miras una vez que este le comunicó que la operación a que debía someterse su pariente se realizaría seis días más tarde. Infolibre.es
Resulta curioso como muchas personas se rasgan las vestiduras en relación a lo sucedido con un familiar de García Egea por un presunto trato de favor en la sanidad pública española.
Para partirse el pecho. En España, este tipo de actitudes son el pan de cada día. El apadrinamiento, el enchufismo, el dedazo, forman parte de nuestra cultura desde tiempos remotos. Es como la tortilla de patatas, española cien por cien. La experiencia me ha demostrado que en este país, como no tengas un padrino, nunca llegaras a nada. El uso de las influencias es algo muy habitual en la vida de los españoles. Solicitar favores entre “colegas” no está mal visto, sino todo lo contrario. Para alcanzar determinadas metas siempre necesitaras ese “pequeño empujoncito” que te aúpe a un determinado puesto que, de otra manera, seria inalcanzable.
Se podrían rellenar libros con lo innumerables ejemplos que ha habido sobre el tráfico de influencias. No creo que exista un solo español que no haya utilizado en algún momento de su vida la influencia de “amiguetes” para verse beneficiado en las diversas situaciones a las que se tiene que enfrentar en este valle de lágrimas. Hasta un servidor lo ha hecho, eso sí, con muy mal sabor de boca y peor cuerpo.
Un ejemplo es el enchufismo a la hora de acceder a un puesto de trabajo. Aquí se mueve mucha mierda. Solo hay que mirar un poco lo que nos rodea, poner otro poco de atención y “zas”, otro (u otra) que se posiciono. Quien más o quien menos conoce algún caso de ese familiar que coloco a su prima, sobrina, hija, lo que sea, en tal puesto de trabajo por que “él” podía. Como la “sobrina” colocada a dedo en la oficina de un ayuntamiento por su querido tío, secretario ocasional de dicho ayuntamiento. Ahí sigue la chica después de quince años viviendo como una reina. O ese otro ex alcalde, que gracias a las influencias del partido (aquí no hay color, da igual izquierdas que derechas) entro a formar parte de la platilla de una empresa pública, mientras miles de currículos acumulaban polvo sobre la mesa del director (o directora) de recursos humanos.
Qué decir de ese oficial del ejército que colocaba al hijo de un colega en un buen puesto para que el servicio militar le fuese más llevadero. O ese oficial de la policía local que, mientras estuvo al mando en un pueblo perdido, aprovecho y metió en el cuerpo a sus doradores de píldoras. Hemos visto de todo y lo que nos queda por ver.
En la sanidad el asunto es más sangrante, ya que aquí se juega literalmente con la salud de cada uno de nosotros. «Cojonudo», respondió García Egea, y es que no es para menos: que en cuatro mensajes de whatsapp consigas lo que no han sido capaces de hacer otros pacientes en semanas tiene su merito. El “cohecho” se lo pasan por el forro. Lo que ha ocurrido en España con el ‘baile’ de puestos gestores cuando hay cambios políticos no tiene parangón en Europa, ni en ningún país medianamente civilizado. La discriminación sistemática de muchos pacientes respecto a otros con influencias en el poder es un acto completamente inmoral y habitual.
“Spain is different”, dirán algunos, “de bien nacido es ser agradecido“, dirán otros. “Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”, dirán los más sabios.
Para partirse el pecho.