Luis siempre tuvo un sueño, quería comprarse un velero y dar la vuelta al mundo. No era un sueño imposible, pero sí bastante caro para una persona con un trabajo normal. Con su sueldo apenas tenía para pagar el alquiler y vivir, pero aun así, siempre ahorraba algo echando algunas horas extras.
A los 60 años, y después de más de 34 trabajando, se compró un velero viejo que apenas se mantenía a flote. La idea era ir arreglándolo poco a poco para que el día de su jubilación todo estuviese a punto para partir, y así lo hizo. De sus horas extras fue pagando a electricistas, fontanero, carpinteros, pintores y demás personas que le fueron devolviendo la vida a ese barco. Mientras el barco renacía, Luis envejecía.
Y por fin llegó la jubilación, tenía 67 años y la ilusión de un niño chico. Pero cuando subió al velero con la intención de zarpar se dio cuenta de algo en lo que no había reparado antes, estaba cansado, pero no cansado de un sobre esfuerzo puntual, no, estaba cansado de toda una vida de esfuerzos, de toda una vida levantándose a las 5 de la mañana para trabajar 12 horas en una cámara frigorífica. Su cuerpo se había vaciado por completo de vida, la uva se había convertido en pasa, ya no le quedaba nada que ofrecer, y lo peor, nada para ofrecerse a sí mismo.
Comprendiendo que con semejante tara, uno no puede dar la vuelta al mundo en un velero que requiere cierta fuerza física, y que su sueño se había ido al carajo, vendió el barco y se gastó todo el dinero en buenos restaurantes, sexo, drogas y Whisky escocés.
Dos años después murió como consecuencia de una embolia mientras una chica de no más de 20 años le practicaba una felación en un barquito de la plaza de España de Sevilla.
Ya lo dijo Caetano Veloso en su canción Os Argonautas: “Navegar es preciso, vivir no lo es”, y así fue.