“El alpinismo, sea lo que sea, nunca es un paseo por el parque y la Montaña debe seguir siendo un oasis de libertad y respeto por todo y por todos” Simone Moro.
Ya son dos los alpinistas muertos estos días en Pakistán. El primero fue el español Sergi Mingote en su intento de coronar el k2 (8.611 m.) en invierno. En el K2 han muerto 87 alpinistas, 35 de ellos cuando descendían de la montaña. Hoy se ha dado por desaparecido a Alex Goldfarb, de origen ruso-americano. Intentaba, como Sergi, ascender en invierno otra de las montañas del Karakórum, el Pastore Peak (6.209 m.). Esta montaña sólo ha sido ascendido una vez en invierno. Fue el 5 de marzo de 2013, a cargo de cuatro polacos, de los cuales dos fallecieron durante el descenso.
Mingote eleva a 51 la cifra de españoles muertos en los 14 ‘ochomiles’ del planeta. Son innumerables las vidas que se cobran las montañas, especialmente los grandes gigantes del Himalaya y Karakórum. Seguramente muchos y muchas (en el alpinismo no existen los géneros) se preguntarán el motivo por el que haya personas que se juegan la vida por alcanzar la cima de montañas donde lo único que te encuentras en la mayor parte de las ocasiones es frio y falta de oxigeno. Para entender el alpinismo lo mejor es vivirlo, aunque sea a escala pequeña. Personalmente solo he tenido la una experiencia en una montaña por encima de los 5.000 metros. Fue en el Tungurahua (5.023 m.), un estratovolcán activo situado en la zona andina de Ecuador. Con una buena aclimatación no sueles tener problemas para ascender hasta su cima. Lo que he descubierto con los años es que lo de menos es subir montañas, lo importante es situarte en momentos donde encontrar valores que dejaron de serlo. El compañerismo, el sufrimiento por el esfuerzo, la gratificación cuándo desciendes, la belleza que tienes a tu alrededor, la soledad, el silencio, los fracasos,… todo esto lo encuentras en la montaña y a todo ello te enfrentas de manera cristalina, sin intermediarios ni leyes impuestas por una sociedad que desgraciadamente ha perdido el rumbo. Es por eso que en la montaña las directrices te las marcas tú. Si subes o das la vuelta es por decisión propia.
No hay nada más lejano a sentimentalismos que el alpinismo. Recuerdo la muerte de Félix Iñurrategi, quizá uno de los mejores alpinistas que ha tenido este país. Sufrió un accidente en el descenso del Gasherbrum II, su duodécimo ocho mil. La montaña se lo trago para siempre. Siempre escalaba junto a su hermano Alberto. Ese día lo vio morir pero no dudo un minuto en concentrarse para poder llegar al campamento base con vida. La misma cuerda fija por la que había pasado Alberto, cinco minutos después se rompió llevándose a su hermano 1.000 metros más abajo. Aunque en un principio pensó en no volver al Himalaya no renuncio ni se rindió ante la tragedia. Tenía un motivo importante: no quería que sus monstruos internos le atormentaran durante el resto de su vida. Por supuesto que no fue fácil y puede parecer duro pero las cosas ahí arriba funcionan así.
Subir montañas es un reto, no cabe ninguna duda. Detrás de ello hay amor por la superación personal, y sobre todo un compañerismo difícil de encontrar en cualquier otra disciplina de la vida, y digo de la vida, pues considero que subir montañas no es hacer deporte, es tratar de conocer al ser humano en situaciones difíciles.
Mucho se habla de los imposibles, de lo inalcanzable, de las grandes cimas. No sé, eso hay que dejárselo para los grandes y para el negocio que hay detrás de todo ello. Los normales podemos disfrutar y sufrir (ambas cosas a la vez) en pequeñas montañas que tenemos a nuestro alrededor. Lo bueno que tiene es que cuando haces una pausa y esa preocupación que tenías metida en la cabeza se desvanece y piensas que nada malo te puede suceder ahí. No obstante, lo que verdaderamente da sentido a nuestra vida está muy por debajo, al nivel del mar. Eso no se debe de olvidar nunca.