Era tan hermoso que decidió vigilarlo para que no se fuera. Se sentó en una piedra y no le quitó los ojos de encima ni un solo segundo. Ese día no comió, ni bebió ni se preocupó de resguardarse para calmar el calor. De pronto, el sol, aburrido de sentirse observado, corrió a esconderse en el único lugar donde no podría ser visto por el hombre; dentro de él. El hombre, inundado de luz, encegueció. Entonces vino la noche y ambos, hombre y sol, pudieron descansar. Al día siguiente el hombre sabía que, aún ciego, no estaba solo.
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