Rara vez son objeto de crítica en los medios de comunicación. No suelen ser considerados como personas en sí mismos, sino como instrumentos de información. Por eso para muchos constituyen un género aparte, de otra galaxia. No han sido hechos para el disfrute de la vida, sino para servir de recetario o guía que se aplica a pulir y hacer encajar en las múltiples aristas de nuestra vida cotidiana. Son los llamados a ilustrar la vida de los descarriados en esta ignorancia universal.
Es imposible dar unas cifras exactas sobre el grado de comercialización que se esconde detrás de todos ellos, pero tanto periodistas como negociantes en la sombra señalan que su difusión aumenta días tras día, existan o no pandemias. Jamás se quedarán varados en una carretera ni en una sala de embarque. El mundo destartalado en el que vivimos te impide gritar “yo también soy alguien”; nada de nostalgia. Toda su vida es una huida hacia adelante buscando los límites del individualismo, la calidad de una vida donde el sufrimiento humano parece suficiente para decidirse “políticamente” – estos ni por asomo- en contra de lo que se publicita.
Del mismo modo que hablan del cambio climático, estos autistas de la realidad cruzan océanos durmiendo confortablemente en su lecho de algodón. Surcan las nubes que no se atreven –o no saben- a descifrar sin el menor remordimiento. Son estas mismas cuestiones las que, planteadas en un terreno mucho más convencional y algo menos ideal, proponen otros muchos ídolos de la multitud. Músicos que se pierden en Groenlandia, famosos de baja estopa en islas centroamericanas, políticos escondidos en calas prohibidas,.. gente que no acepta el aburrimiento ni la vida vulgar. Son especiales y el destino, con sus consecuencias, no les crea ningún tipo de adaptación. Es gente que vive la vida de manera muy intensa sin disciplina alguna. Personas que tienen acritudes para avergonzarnos a todos pero que triunfan con el beneplácito de nuestra sociedad.
No importa. Seguiremos hipnotizados por los medios que cada día invaden de manera abusiva nuestra vida mientras estas marionetas desfilan de un lado para otro sin conseguir viajar en clase turista. Está claro que la industria de la seducción empieza por mostrar los privilegios de estos ídolos de masas, para posteriormente enredarte más y más en esta economía de mercado. Desde un principio todo está calculado: las fotografías, la información filtrada -vuelo transoceánico- , el sometimiento a unas reglas que a ellos se las traen floja.
Las iras del publico serán patentes, y se centraran más en los comunicadores que en los propios protagonistas, lo cual, sinceramente, no me parece nada mal, por lameculos. Que cada uno, si quiere, haga la propia reflexión en esta noche de paz. Ja.