“Easy Rider”, cuando la vida era libertad

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La generación beat supone, entre otras cosas, la asimilación por parte del sistema de un movimiento cultural en el que la música, el cine, la literatura y otras actitudes culturales, ya fueran colectivas o individuales, compartieron un ambiente dentro de una vanguardia tachada de subversiva por unas elites del poder, dudosas de poder controlar el ritmo de estos nuevos años (1950 – 1965) en que todo se convirtiera en algo no transitorio.

Todos los ámbitos de la expresión creativa de esta época estuvieron ligados a un periodo de transición donde se fundieron diferentes tipos de tendencias nunca vistas hasta ese momento: desde la evolución del teatro, la irrupción del expresionismo abstracto, el cine independiente, hasta la nueva música, tenían a la vez una característica común dentro de un círculo cerrado y estrictamente definido.

En la creación cinematográfica su máximo exponente fue Easy Rider, donde la huella beat describió las nuevas reglas de un nuevo movimiento para entender la vida. En el filme de Peter Fonda y Dennis Hopper se evidencia la libertad representada entre garitos y carreteras, entre drogas y sensibilidad, donde lo que se pretendía era revolucionar buena parte de lo establecido por un sistema agonizante. En el fondo se describía un elogio a la utopía, que es lo mismo que decir «que quien se siente perdedor no renuncia a conseguir lo imposible», aquello que parece no estar al alcance de la mayor parte de la sociedad.

Ninguno de los protagonistas pudo llegar a su punto de destino, pero en el asfalto quedaron algo más que los restos de las motocicletas: entre la gravilla y las marcas descoloridas de las carretera quedaron, también, los rescoldos de unos sueños asumidos por miles de jóvenes de esa generación. Una película que costo no más de un millón de dólares genero cerca de los cien millones. No sabremos nunca si los sueños de muchos de estos jóvenes se llevarían a cabo pero de lo que no queda ninguna duda es que se cambiaron completamente los esquemas de las productoras de Hollywood y de todas las mentes involucradas en ese circo .

Gracias a estos actores, especialmente Hopper- de los pocos que tenían muy claro su función es este teatro que es la vida- la prosa espontánea creó un estilo que para muchos críticos y periodistas era el vivo reflejo de la mala conciencia. Pero ya sabemos de que van los críticos y los malos periodistas, sobre todo los de este nuevo milenio.