¡Qué manos!…y esas uñas tan rojas… El hombre se mueve inquieto en su asiento, sintiendo en su interior una súbita oleada de placer. Le gustaría tener dinero para invitar a la dueña de esas manos a salir. Con suerte esas uñas podrían posarse sobre su piel, arañarle la espalda, masajear sus hombros, acariciar su pecho, agarrar con propiedad su…Señor Brenes, ¡no nos queda más remedio que cancelar su tarjeta de crédito! La oficial del banco le da un tijeretazo a la tarjeta con esas manos de relucientes uñas rojas.
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