¿Quiénes son los verdaderos amos del mundo? ¿En manos de quien está el poder en los estados democráticos más o menos avanzados?
Cuando nos planteamos estas preguntas estamos dando ya a entender que el poder no reside en la soberanía del pueblo, y mucho menos en los gobiernos elegidos democráticamente por ese pueblo. Ni teorías de la conspiración ni manos negras detrás del telón. De lo que hablamos es de fuerzas que operan individualmente aplicando medidas con un solo interés: sacar el máximo beneficio de sus operaciones sin importarles en absoluto las consecuencias de las consignas con las que practican un liberalismo salvaje. Ellos solo obedecen al libre comercio, las privatizaciones, la competitividad y la productividad. Solo existe una dirección: el mercado.
El mundo de las finanzas, el comercio, las grandes multinacionales, entre otros, espoleados por los medios de comunicación de masas y las redes sociales controladas, son la realidad de un sistema donde se crean imperios económicos que solo obedecen a sus propias leyes y reglas. La mano de obra se traslada a lugares donde los beneficios sean mayores. Tienen tal poder que se ríen de las soberanías nacionales, para ellos las fronteras no existen.
Un gobierno que quiera actuar al margen de estas mafias del poder económico se verá trágicamente desamparado y en caída libre. Ante estas circunstancias no es de extrañar que muchos ciudadanos se alineen en posturas cada vez más radicales, para bien o para mal. Los inmensos cambios que se han producido en las últimas dos décadas – con sus consiguientes crisis- han inyectado en la sociedad la sensación del que todo vale para sacar tajada.
Si algo ha revolucionado el mundo últimamente es la voracidad del mundo financiero. A lo largo del mundo, gente superdotada maneja el dinero que se mueve en el mundo delante de pantallas y colgados al teléfono. En ese ámbito no existe la ética ni la moral. Aquí solo se interpreta la nueva economía ante la que no caben argumentos sociales de ningún tipo.
Apenas una docena de hombres en el mundo marcan las directrices del curso de los mercados y de todo lo que ello conlleva. Frente a este poder financiero, que engloba la mayoría de los fondos de inversión privados del planeta, los bancos centrales de cada país poco tienen que hacer. Ningún ministro de economía jamás determinara una decisión que perjudique a estos gigantes económicos. Sería como ponerse una soga al cuello.
“Los mercados votan todos los días”, sentencia George Soros. Sin contrato social, sin sanciones, sin leyes.
Como estará el patio que hasta la propia alcaldesa de Paris “recomienda” a los ciudadanos no comprar libros en Amazon. Recomienda. Está claro que hacerse con el poder político no deja de ser una mera formalidad.