¿De qué se trata un espejismo?

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En los 2000 hubo la esperanza de que las cosas estuvieran mejorando, de que caía la desigualdad, de que aumentaba la movilidad social. Pero al final era un espejismo. Los ciudadanos venían despertándose poco a poco y la pandemia (ahora la llaman sindemia, estos eruditos) los ha puesto en su sitio. Científicos gubernamentales (con una disimulada empatía hacia los ciudadanos) afirmaban que había que abordar”los factores estructurales que hacen que a los pobres les resulte más difícil acceder a la salud o a una dieta adecuada”. Y se quedaban tan tranquilos.

Es relativamente consolador saber que la preocupación por el bienestar de los ciudadanos no es nada nuevo. Desde siempre, nuestros políticos y asesores, han estado buscando caminos que proporcionen una dirección adecuada a sus “ambiciones”. Los especialistas lo llaman tradición democrática.

Mientras en las calles la gente humilde reivindica una vida digna que ha de hacerse de manera obligatoria, los legisladores se dedican a mirarse el ombligo y desarrollar una cercanía solo en época de elecciones. Después, cuando bien se han ido a la lona o han alcanzado los laureles, el olvido se apropia de sus mentes y siguen a lo suyo. O lo que es peor: si toman alguna medida es para empeorar las cosas. El mejor ejemplo lo tenemos con la situación que nos está tocando vivir en este momento.

Vivimos en un planeta camino de estar superpoblado. El número de habitantes es importante pero lo son más los hábitos de consumo. Algunos dejamos una huella ambiental mucho mayor que otros. Sin embargo, no deja de resultar paradójico como ciertos representantes de organismos dedicados a proteger el ecosistema del mundo que habitamos utilizan sus aviones privados, visten de diseño y habitan hogares impensables para los demás habitantes.

Los pesimistas llevan décadas lanzando advertencias a los optimistas de raza: todo es un espejismo, cualquier lucha está destinada al fracaso, el ser humano es hipócrita, egoísta y cobarde por naturaleza. Cuando la gente empieza a pensar –con razón- que los estados no sirven para nada, que los que se meten en la administración es únicamente por su propio beneficio y ego, la desilusión con la clase política se establece como norma. Es patético ver a nuestros administradores dedicando su tiempo a estupideces mientras el futuro de muchos pequeños negocios entra en barrena.

Si alguien se pregunta por qué hay tanto conflicto en la política hoy en día no tiene que mirar solo al coronavirus. Hay otras causas y una de ellas es el descontento de la población con estos “outsiders” (forasteros) de la realidad de la calle. Es curioso pero todos ellos provienen o están en la administración pública. Este es el matiz, el gran problema que tenemos sobre nuestras cabezas. La mayor parte de la población que se ha quedado fuera de juego son esos ciudadanos que tienen que salir a trabajar porque no pueden quedarse en su casa para pagar sus facturas, pero al mismo tiempo no son lo suficientemente pobres para recibir ayuda directa de planes sociales. Eso no le sucede a estos administradores que viven de sueldos públicos, muchos de ellos teletrabajando (je,je) y endeudando a este país por generaciones.  

Ni todos los problemas vienen de antes ni todos son derivados de la pandemia. Ni han sabido ni sabrán afrontar los problemas a los que nos enfrentamos sencillamente porque para ellos solo existe su propia supervivencia política y economica. No entienden lo que significa  la palabra empatía. En el fondo no es más que un reflejo de lo que ya existía: un simple espejismo.

Ángel Fernández.