No son ya tiempos en que se encierren los mensajes en botellas, y arrojadas al mar vaguen años y noches sin principio ni fin. Demasiadas han surcado los mares flotando a la deriva, espíritus encadenados viendo pasar los siglos. Hora es de romper los caparazones procelosos del vidrio enmohecido por el tiempo. Hora es de propagar la voz que hermana y no respeta fronteras – fuego de praderas- ni conoce de banderas y naciones – fuego exuberante -, para quemar las mascaras del poder.
No hemos nacido para ser preñados de ideales asépticos, de visiones angelicales, ni retiros espirituales o metafísicas alienantes. La naturaleza nos moldeó cual hijos del viento, capaces de penetrar en los secretos recónditos de los agrestes montes o de bucear en las profundidades gélidas de los océanos. No soportamos las miradas retadoras de todos los fascistas (azules y rojos) e intolerantes camuflados en la multitud… y cual amantes desdeñados invocamos las sonoridades paridas, que rasgando la distancia oscura que nos rodea, nos hacen despertar al emocionante y único conocimiento válido, el de sabernos humanos, demasiado humanos.
Sentir así la vida es escribir versos para recitarlos al azar, sin pompas ni boatos, sin otra recompensa que el saberse amantes del viento.
Poetas, sí. Más no para ser complacientes con el dolor ajeno, ni con el propio, y menos aún para tamizar con silencios cómplices las humillaciones y vejaciones que se nos presentan tan a menudo, tan a nuestro pesar…
Capaces de levantar el puño amenazador cada vez que el grito desgarrado del pasante llegue a nuestros oídos. Que sepa que no está solo. Que si son tiempos de acabar, bien pudieran serlo de atacar.
No, no somos héroes, ni pretendemos redimir al mundo. A nosotros, que nos hacen humanos nuestros errores, más nos dignifica el afán de superarlos.
Poetas somos todos. Aquellos que sensibles al roce frágil de las brisas, nos dejamos llevar por la inmediatez embriagadora de encontrarnos humanos, sensibles al amor y por tanto, capaces de amar. ¡Cómo nos duele el hosco mirar del esclavo envilecido que arrastra orgulloso sus cadenas! Hedionda contradicción. ¡Que esos tales se nos ofrezcan como modelos!
¡Qué difícil resulta dar palabras y recibir a veces desprecio, otras insultos, las más indiferencia!, más, si cabe, cuando en el sucederse de los días, agotados por el trabajo tedioso de jornadas insulsas, buscamos cándidamente entre el bullicio trepidante o en la mirada esquiva de tanto anónimo pasante, un gesto de comprensión, de serena tolerancia, de complicidad instintiva que sepa reconocernos. Nunca como entonces, si logramos que hable el silencio, emerge la certeza contundente de nuestra patética soledad. ¡Ah! Como saciamos con el hallazgo la sed de decir, ¡no estamos solos! Ahí hermanados en la distancia de una mirada, si valerosos damos un paso y rompemos la oquedad del silencio – siempre- , alborozados niños traviesos, lo celebramos en nuestro mudo musitar de puertas adentro, como el instante más grandioso y épico de este vivir desgarrador. La risa acude a nuestros labios invitada por la ilusión de hallarnos compartiendo, vuelven el sentido de la vida y la grata sensación de sabernos hijos del Universo bebiendo en el inmenso cáliz del ser.
Poesía del vivir, para hacer de nuestra estancia en la tierra una alegre jornada para no dejarnos impresionar por el brillo fosforescente de quiénes exhiben un poder, que recibido de la sociedad toda, usan más para imponer sus caprichos que para crear un vivir sosegado y humanizador. Mucho menos nos embelesamos, cual neófitos descerebrados de cualquier secta, ante el supuesto tipo duro, arquetipo del éxito, que encumbrado por los diseñadores del consumo compulsivo, se nos ofrece como modelo que deberíamos imitar. Tampoco nos sirven esas afroditas de los tiempos presentes. Limitan su gloria al paseo desgarbado de sus anoréxicos y neuróticos cuerpos por pasarelas de destellos y mercaderes; el nuestro es un sexo que va más allá del “ wonderbras” y virginidades corrosivas.
Sólo ante el crepúsculo púrpura, en la sonrisa distendida o en la dulce mirada que nos saluda, sabemos y hallamos que la vida merece la pena para ser compartida o no es nada. Y cantamos al alba radiante… y al atardecer bruñido de cadencias olorosas. Sabemos que en el sucederse de los días siempre hay alguien con la mano dispuesta, capaz de acoger al caminante en su vagar peregrino.
Poetas todos. Los que abominamos del amo insaciable y cosificado, impertérrito guardián de su propia jaula, quién perdido el rumbo no halla sosiego, y en su vil vagar encuentra su razón de ser en su poder de provocar dolor y miseria. ¡Saco de excrementos! Como vienes manso, hipócrita adulador, a aconsejarnos con paternal rictus el no meternos en política…como haces tú. ¡Que sean las tuyas horas de agonía y de temor…cabrón!!.
Gaia, ¡Ojalá tú!. Con la fuerza soterrada de la savia primaveral con la que regeneras las ponzoñosas aguas que los humanos vamos creando en este carnaval estrepitoso de usos caprichosos y abusos innecesarios, seas capaz de iluminar esas mentes anegadas de oscuridad. Qué en el último gesto de desesperación despierten al mundo de la sensibilidad y empuñen decididos el martillo que rompa sus cadenas.
La palabra aun espera el momento oportuno en el que un mundo lleno de falsos saludos y risas histriónicas se trasmute en otro de geografías imprecisas y encuentros azarosos. En tanto llega, lejos de dormir, nos zambullimos serenos con cada noche en el rodar de los tiempos. Gozosos, saludamos las chispas de aquí y allá efímeras, haciéndonos saber que debajo de la superficie mil veces cuarteada a golpe de cartabón y marcha marcial, un mar de lava pugna por salir, para regenerar la vida, ya decrépita en un tiempo de estupidez generalizada.
¡Adelante, desheredados!
¡Adelante, soñadores!
Ángel Fernández, 01/08/2020, 07:00 horas, en Invernalia.
Para Carlos, Gaelllllll, y mis 55.