«Ushuaia 1998», neones de la carretera Iª Parte

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“Puesto que soy humano, nada de lo humano me es ajeno”                    

Un articulo de Ramón G., profesor de historia en una pequeña localidad de la España vaciada.

Cualquiera que desde Benavente se desplace por la NVI hasta Astorga se encuentra con una realidad que cuando se pasa por vez primera no deja de sorprender, sobre todo si se circula de noche, y es que, cada diez kilómetros, incluso menos, unas luces de colores localizan donde poder tomarse una copa o realizar un coito.

Si nos preguntamos por los motivos que expliquen esta realidad, antes debemos señalar que son locales exiguos, minimalistas la mayoría, aunque los hay también imponentes; en todo caso se trata de negocios legales que satisfacen la demanda de un mercado que aquí se encuentra en alza.

En dichos negocios, prostitutas procedentes de diversos países, entre las que abundan las sudamericanas, ejercen una de las profesiones más antiguas y objeto siempre de vida polémica. Que se den explotaciones y abusos no es descartable, pero al menos no cabe la duda del ocultismo. Por lo que respecta a las posibles irregularidades de los negocios hasta el momento no han trascendido noticias que denuncien el incumplimiento de la normativa legal. Aunque no somos tan ingenuos para no sospechar que la propia complicidad y silencio de las afectadas pueda ocultar casos de autentico sometimiento y degradación humana.

En todo caso, ya hablemos de estos negocios o de las prostitutas, no seamos tan hipócritas de no aceptar que su existencia es posible porque un sistema de valores lo sustenta y determinadas personas, algunas de las cuales no dudan en demonizar estas prácticas, son ellas mismas clientes habituales.

Tampoco juguemos a ser moralistas, ni entremos a calibrar, cual feministas combativas, si quien es más prostituta: la mujer que vende su cuerpo por unas horas o la que vende totalmente y a un solo hombre para toda la vida…estrechar el análisis de una realidad objetiva, como la que nos ocupa a esos límites, es ocultar el verdadero alcance y significado de la misma.

El problema no se limita al ejercicio de una profesión, ni al derecho que asiste a toda persona para disponer de su cuerpo en ejercicio de su libertad, o las consideraciones de tipo religioso o moral que nuestra cultura posee; aquí pretendemos analizar una realidad con diversos aspectos, todos ellos igualmente trascendentales.

El primero es el referido al del tipo de trabajo del que se trata, pues el hecho que supone la mercantilización del propio cuerpo, no de la factura de trabajo, afecta a las personas que lo realizan en su totalidad. Son las causas que llevan a esas personas a valerse de ese medio de ganarse la vida lo que deberíamos cuestionar. Por ello, en un primer ejercicio de respeto y sinceridad, evitemos el afán cristianísimo de salvarles moralmente. Si acaso, denunciemos un sistema socio-económico que deja como último recurso esta vía a muchas mujeres como medio para poder seguir adelante.

Tan maniqueo resulta juzgar a quien practica la prostitución, como la de erigirnos en dechado de virtudes. No podemos ignorar que formarnos parte, a veces muy activa, de una sociedad que crea guetos de pobreza y grupos de excluidos que no dudan en vender sus cuerpos, en unos casos para poder alimentarse, en otros para pagarse unas drogas que les hagan más llevaderas unas vidas carentes de expectativas.

Ante este tema, siempre polémico, uno de los elementos clave y el que más de oculta, es el de aquellos que recurren a las prostitutas para comprar sus servicios y satisfacer sus apetitos sexuales.

Centrándonos en este aspecto, se observa que en el área descrita, de población básicamente agraria, la mayoría de los clientes son jóvenes solteros de 30-45 años, aunque no faltan camioneros orondos ni viajantes de fina corbata.

El sexo que aquí se practica es de descarga, limitándose a la satisfacción de una necesidad meramente biológica.

No hay aquí cabida para quienes buscan fantasías sexuales o relaciones sin complicaciones emocionales, ni sexo de lujo al que juegan ciertos prohombres públicos para llenar sus abúlicas vidas.

Este es un sexo directo, voluptuoso y natural. Se nutre del deseo instintivo y de la necesidad mal satisfecha. Se alimenta de la continua provocación de la publicidad agresiva y manipuladora, que ofrece señuelos y excita sin cesar. El medio social y cultural, y ahora ideológico, lejos de favorecer el goce mutuo y placentero, anima  a la desconfianza, el egoísmo y a la incomunicación. Por ello, cuando se refieren a él, se habla de chocho, polla, castaña, meter, follar,… sin  mayores miramientos, manifestando con estas expresiones la propia frustración.

La nueva realidad socio-económica ha traído cambios profundos en los hábitos, costumbres y valores. En lugares como éstos, donde no se dio una evolución paralela de la mentalidad, se siguió aferrado a los valores tradicionales, aunque muy diluidos. Se generó desconcierto, desvinculación con la realidad, confusión y pérdida de esperanza. No se supo evolucionar, y mientras el país avanzaba superando miserias mentales, aquí se siguió recordando a Franco con devoción. Ahora, que ni el tradicional recurso de la emigración puede usarse, aquellas personas más activas acaban por asumir un fatalismo que se torna sombrío.

La necesidad biológica permanece. La respuesta tradicional del matrimonio ha fracasado. La educación recibida, excesivamente represora y ocultista, mantenida por familias de derecha de toda la vida, nunca ha facilitado una liberación sexual. Todo esto, unido al bajo nivel cultural, ha permitido la pervivencia de estereotipos ya superados. Se ha conservado un mundo mental donde prevalecen muchos mitos sobre la relación hombre-mujer y sobre la propia sexualidad. Valoraciones del tipo: “Todas son unas putas, menos mi madre”, “esa jode más que las gallinas”, “todos van a lo mismo”, “de los hombres no te fíes”, aun aletean por doquier. Se vive, por tanto, en el desconocimiento, la incomunicación, la frustración permanente que genera desprecio y a veces odio…

Ante este panorama, nada tiene de extraño que para suplir una carencia vivida intensamente y sin expectativas de superación, se recurra a los prostíbulos. Esto es alentado por la relativa disponibilidad monetaria procedente tanto de las pensiones como de las subvenciones o de la propia actividad agrícola.

Estos solitarios, que en muchos casos han perdido la esperanza de formar una familia, evaden su frustración, a veces reconocida, no dudando en recurrir, de cuando en cuando, a los servicios de las prostitutas para saciar su sed de sexo y hacer más llevaderas sus vidas.

Y no son éstos, como aquellos que prefieren no arriesgarse para no sufrir, gentes hurañas o agresivas, aunque también los haya, ni tampoco de los que van de autosuficientes, sino personas a las que el medio limitó, y hoy se ven incapaces de dar respuesta satisfactoria a una necesidad apremiante: la de compartir sus vidas.

No abundan aquí esas personas de gran capacidad de desenvolvimiento social que cultivan amistades superficiales pero llegado el caso, son incapaces de comprometerse en una relación sincera y dar lo mejor de sí mismos. Sus exigencias son mínimas, pero necesarias.

El tipo de prostituyente del que hablo es un solitario muy a su pesar, copia de un modelo de hombre o de mujer perteneciente a otra época, hoy felizmente superada. Nadie les educó para actuar de un modo racional y correcto. Nadie les enseñó a pensar de un modo adecuado. Nadie les dijo que las habilidades sociales se aprenden a base de ensayo y error. Y nadie les habló de la autocritica ni de los valores de la tolerancia. Los unos permanecen fieles a un machismo dictatorial, ridículo y prepotente, hartos de recibir desprecio, a veces buscado, aun sin saberlo. Las otras permanecen fieles a una moral estrecha y pecata, hartas de recibir humillaciones, burlas y criticas aberrantes. La solución que ambos han adoptado es la de un silencio que lejos de dar respuestas, ahonda la separación.

Y aunque bien es verdad que a veces la soledad es un modo de hacer más hermosa la tierra prometida, no lo es menos, que está primero debe existir. En todo caso, el esperar que  la solución de sus problemas venga de fuera es un recurso demasiado fácil e ilusorio.