Era uno de estos días fríos y de lluvia, los pies de Cesar dolían mucho por la artritis gotosa, no podía salir de la cama, pero se vio obligado a arrastrarse al baño, frente al dormitorio, para orinar. Volvió a la cama y el dolor se tornó más intenso, estaba solo no tenía a quien quejarse, entonces alzó el teléfono y llamó a la hermana: una enfermera jubilada, flaca, huesuda con la amargura esculpida en la faz…
Mientras esperaba que llegue la hermana con su mala voluntad, él empezó a recordar la escuela primaria en el Instituto Americano, el chofer y la buena vida de niño rico hasta terminar el quinto básico. Después, pensó en las vueltas de la vida y renegó contra el padre, ya difunto, por no poder mantenerlo en el colegio particular y mezclarlo con los chicos del fiscal, que no lo aceptaban hasta que ingrese a la secundaria.
La hermana entró en la casa con su propia llave, le inyectó corticoides en los dos pies y le reclamó porqué bebió hasta ese extremo. “Cuídate mucho, en otra no cuentes conmigo no estoy para cuidar a borrachos…Chau, chau.”
Cesar, agarró el espejo que estaba sobre el velador y empezó a mirar su rostro. Intentaba reconocer la imagen que veía, al mismo momento en que buscaba su otra faz perdida en el tiempo. Miraba al espejo las arrugas profundas, la cara surcada por la vida, el tic en el ojo derecho que le hacia más “sui generis”; su rostro había ennegrecido con el tiempo, el pelo se conservaba negro apenas le blanqueo totalmente la nuca. El hombre hizo una mueca de disgusto, se fijó en las grandes entradas en su frente y se dio cuenta que envejeció… “¡miércoles!” exclamó entre dientes, “que manera de ser infeliz”, pensó.
Se dio cuenta en un instante que la vida estaba finando y que él ya no tenía nada, no era nada y tendría que entrar a la fila para recibir el bono de la tercera edad, que le hacía falta para completar el mes, pues, su taxi no rentaba mucho, existe mucha competencia… Su único orgullo eran los dos hijos profesionales (con el titánico sacrificio de la esposa); una profesión fue cosa que él no logro, aún que tuvo oportunidad de ingresar a la universidad, pero, salió por perezoso e irresponsable y lógicamente, se arrepintió.
“¡Ay! ¿Dios mío porque tuve tan mala suerte en la vida? Siempre fui tan trabajador, hice de todo, pero, nunca sobro…Que desgracia.” Así rezongaba Cesar hablando con el espejo, sintiéndose victima de la vida. Se comparaba con otras personas que llegaron más lejos que él, pese a que empezaron de mucho más abajo. No tenia muchos amigos porque su teoría consistía en que: “Para tener buenos amigos hay que tener plata.” Como no tenía plata, su círculo social se había reducido a pocos parientes, a tal punto que buscaba motivos para hacer fiestas, para tener visitas y cierto status entre los pocos suyos, en resumen, hacia fiesta si nació la pata o si murió la pata…
Cesar se durmió en medio a sus quejumbres, los sueños recordaban invasiones nocturnas a domicilios de gente desconocida, golpes, culatazos, niños llorando, violaciones a mujeres y niñas, robos de objetos de valor, torturas y decomiso de material subversivo de izquierda. Entonces, despertó sobresaltado y dijo a sí mismo: “Era una época, ya pasó, yo no era el único, muchos estaban en la Legión Boliviana, y también yo era obligado a cumplir ordenes, era joven y los hermanos Alarcón eran jefes rudos y despiadados… Además, en aquellos años tenías que posicionarte, si no, te jodías. ¡Caray! Ya me había olvidado de aquellos tiempos…Fui medio estúpido, porque no supe aprovechar cuando el General regresó al poder y hacer un poco de plata; es que no me gusta pedir nada a nadie. Asimismo, siempre me conocieron solo por mi apellido y por el grado de capitán que tuvo mí padre (antes que le dieran de baja) no quiero que me venga un proceso judicial encima. Eso es página volcada…”
Él trató de no pensar más en su sueño. En tantos años no hizo un análisis de conciencia, este no tendría que ser el momento, de cualquier forma, no sentía remordimiento ni culpa. Volvió a dormir el sueño de los justos; porqué Cesar nunca pensó que pertenecía a la peor escoria. Tristemente él derrochó su juventud en el hampa: matando, torturando, violando, robando en nombre de una dictadura infame. Desde luego el desdichado éste, no sabía que quien siembra vientos cosecha tempestades.
La tarde llegó con un sol medio oculto por las nubes, la lluvia había descansado y los pies de Cesar ya no dolían, despertó bien humorado. Decidió comprar algo para cuando llegase la esposa y los hijos del trabajo. Salió en su taxi, tuvo suerte pudo parquear en pleno centro. Fue caminando por el pasaje 25 de mayo y cayó con un colapso fulminante. Las personas se amontonaron a su alrededor mientras esperaban una ambulancia; entre la multitud de curiosos una voz de sufrimiento y alivio dijo: “¡Ah! Ese era uno de esos paramilitares de mierda de los años setenta.”