“Hubiese querido más que esto y a la vez nada.” Alejandra Pizarnik
La vida se va destejiendo con la fuerza de las horas ante el espejo lleno de adverbios, espectador irónico, suplicante y reprochador de su propio reflejo. Mientras, a fuera, la tarde sigue intacta, iluminando un paisaje soberbio, que no experimentará cambios en miles de años, si el bicho humano, no se aproxima, con una idea brillante, de construir algo que represente su concepción de progreso y con eso, justifique la destrucción del ecosistema y de todas las formas de vida que pueblan el lugar. ¡Pobres hormigas! Y otros bichos más…
Yo apenas observo el paisaje, a manera de sentir el sol y la luminosidad de la tarde, ya que paso muchas horas haciendo mis actividades literarias, dentro de la casa donde no percibo el viento, ni me distraigo con los pájaros… La verdad, podría salir, al menos, para leer. Pero, gravito en una órbita de costumbres muy arraigadas en dos mundos: el mundo y todas sus bascosidades y el mundo de mis obsesiones.
El espejo no logra trascender el tiempo, sin embargo, logra reflejarlo en toda su avidez y de manea Borgeana, ya que es capaz de mostrar el preciso instante que llamamos presente, este momento fugaz en que el futuro se precipita sobre el pasado y lo disipa.
Los espejos de obsidiana encontrados en Anatolia datan, aproximadamente, del año 6000 a. C. En Mesopotamia desde 4000 a.C., pulían a mano los espejos de cobre.
En todas las civilizaciones se pulían las piedras y los metales, y conseguían algún resultado positivo, como transformarlas en lanzas para cazar o en objetos cortantes que lograban crear otros objetos. Pulir piedras como el granito y la arenisca, para labrar su exterior y darles forma es una técnica milenaria, que, en muchos casos, consiste en modificar considerablemente la forma de la roca seleccionada.
Me encantan los espejos pulidos, las piedras de molino y otras bellezas como los cuencos de piedra, empero, realmente me fascina la piedra de lectura: un antecesor de los lentes y de las lupas; era un objeto semiesférico de cristal que se usaba en la antigüedad para ampliar textos; la piedra de lectura facilitaba la lectura en condiciones de baja visibilidad y que era de gran ayuda para personas con presbicia.
El uso de las piedras de lectura se extendió del siglo XI hacia el siglo XIII, después, entraron en desuso debido a la invención de las gafas. Algunas piedras de lectura eran hechas de cristal de roca y berilo pulidos y, con un simple movimiento sobre las letras las aumentaban para poder leerlas.
Sin la piedra de lectura, muchas personas no se hubiesen enterado de la frasecita que dijo Alejandra: “He tenido mucho amores -dije- pero el más hermoso fue mi amor por los espejos.” Frasecita que ella escribió, posiblemente, en una tarde soleada en que ella estuvo encerrada en su casa, inmersa en sus lides literarias, sin percibir el viento, ni distraerse con los pájaros, escribiendo “La extracción de la piedra de la locura”.
Fotografía: De Ziko van Dijk – Trabajo propio, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=46448990