Corrupción y democracia

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La corrupción es un síntoma de una enfermedad de nuestros gobernantes. En esto no importa si son nacionales, autonómicos o locales. Y esta es una enfermedad que se extiende como la peste. En realidad es un planteamiento muy hipócrita pensar que todos los políticos son unos corruptos y todos los ciudadanos unos perfectos ciudadanos. Error.

Todo está establecido en el cuerpo social, en nuestra propia sociedad. La corrupción hay que pensarla, y combatirla, desde el interior de la propia conciencia.  Nuestra democracia exige que un mínimo de ciudadanos – no digamos ya de políticos- tenga algo que llamamos responsabilidad moral. A diferencia de la responsabilidad jurídica – de lo cual habría mucho que comentar-, la responsabilidad moral remite a la misteriosa relación que cada uno mantiene consigo mismo. No se trata de esa tan nombrada  “conciencia moral universal”.   

De lo que se trata es de que la conciencia moral que tiene cada cual en base a su escala de valores presida el comportamiento diario de sus decisiones. Ante este planteamiento siempre surge la pregunta de por qué ser solidarios y no, más bien, descaradamente egoístas y tirar cada uno para sí mismo y sus amíguetes.

En un sistema de libertades y pluralismo como se supone que es el actual, todo código moral es muy relativo. Evidentemente, esta situación nos lleva a que cada cual trabaje, por su cuenta y riesgo, su propia personalidad responsable.

En una sociedad de egos exacerbados y caricaturas de la estupidez, no estaría de más que cada gobernante y ciudadano “diera la cara” ante los demás y ante uno mismo.

Una sociedad compleja como la nuestra, una sociedad democrática con letras mayúsculas, se mantiene en pie en la medida en que nos incita a un ejercicio “permanente” de ajuste y autocritica. Favorecer a los que nos interesa y perjudicar –de obra y palabra- a quien nos da un toque de atención no es la mejor manera de construir una sociedad moderna y equitativa.

La democracia es antes una manera de vivir que una forma de gobierno. Todos formamos parte del mismo sistema fragmentado, de un puzzle donde las piezas tienen que encajar desde la propia creatividad moral.

Lo contrario es una manera de recordarnos que la democracia es un gran invento permanentemente amenazado por la actitud de egoísmo de unos pocos, y por la cobardía de otros muchos.