La razón de la discrepancia

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Este fin de semana pasado, un amigo se encontraba enfurecido por una situación a la que se había enfrentado en la tarde del sábado. No paro de repetirnos, a mí y a unos colegas, todo lo vivido y la sensación de frustración que le supuso no poder ejercer sus derechos como ciudadano ante lo que él consideraba una injusticia y abuso de poder. Y es que llueve sobre mojado.

Vivimos un momento crucial en lo que se refriere a las libertades de los ciudadanos. A nadie se le escapa que llevamos unos cuantos meses bajo una represión que jamás nos hubiéramos imaginado. La escusa en todo momento ha sido la pandemia, pero si escarbamos un poco entre tanta “basura” informativa mediatizada podemos descubrir que lo que realmente se persigue es establecer un nuevo orden moral en la sociedad.    

Nada de esto es casual. Llevamos mucho tiempo en el que el concepto de democracia no ha sido ni siquiera pensado. Ahora mismo, como esa tarde de sábado, vemos como los conflictos que no se pueden revolver con la eliminación de uno derivan en la necesidad de encontrar formulas donde el propio ciudadano determine lo que es una infracción o un abuso de poder. Cuando alguien dice que esto es a,b,c,.. no por sí mismo sino porque contiene la palabra Ley, sacrifica la particularidad del que dice x, z, v,..

Occidente siempre ha tenido tres grandes valores específicos: la filosofía, la tragedia y la democracia. La primera prácticamente ha desaparecido de la vida pública y social. La segunda se reparte de forma muy injusta en el estrato social, y la tercera lleva camino de convertirse en un instrumento del poder. Por todo ello es importante la ética de la resistencia en un tiempo convulso y de pensamiento débil. Hay que empezar a apostar por los insumisos, discretos eso sí, respetuosos con los derechos humanos y civiles, tan respetuosos que se dan cuenta de que son utópicos en una sociedad guiada pos leyes injustas y repleta de intereses particularistas.

Es decir, la insumisión en nombre de una utopía aceptada por cada uno de nosotros, tengas la profesión o posición social que sea, Hablo de un liberalismo ético, de una razón a discrepar y a ser escuchado sin imposiciones ni sanciones por parte de los representantes de la ley. Porque si hay algo importante en el tiempo que estamos viviendo es a renegar de las falsificaciones de la libertad y las libertades. Todos y cada uno de nosotros contribuimos con nuestros impuestos al mantenimiento de la bolsa de donde salen los salarios de los miembros del llamado “estado democrático”. Dando un rodeo a todo lo que sucede en estos momentos se esconde un “durísimo control de las poblaciones”, una no vacilación de acusar con cinismo a los ciudadanos de comportamientos que hacen de la necesidad virtud.  

En el fondo, lo que alguno de nosotros exigimos es una ética de la supervivencia y amarre de lo real, en contra de una élite que ha asumido la inutilidad del saber sin conocer sus causas y efectos. Dramatizar el presente y, en el mejor de los casos, trasladar a los sectores más desfavorecidos socialmente el pensamiento benefactor de un estado autoritario traerá sin duda sus consecuencias.

No es una declaración de principios, es la exigencia del “derecho a discrepar”, y de acabar de una vez por todas con esa tendencia a buscar una igualación social en la escasez, especialmente del derecho de expresión que la propia democracia nos otorga.

Ángel Fernández