Criminalizar los bares, chivos expiatorios de la pandemia

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“En la Psicología, el chivo expiatorio es la persona o grupo a quienes se quiere culpar, a pesar de que son inocentes, para exculpar al verdadero culpable”.

Hace unos días publicamos un artículo haciendo referencia al caldo de cultivo que ha supuesto la pandemia para el abuso autoritario de la administración en un estado democrático. En los últimos días hemos visto como muchos gobiernos están aprobando leyes policiales cada vez más restrictivas. La ley de seguridad de Boris Johnson en Reino Unido es un ejemplo muy claro de por dónde van las directrices del nuevo orden democrático. Más de 150 asociaciones por los derechos humanos y 700 académicos y juristas han cuestionado “el alarmante control que se otorga al Estado sobre el derecho de reunión y protesta” y piden la supresión de amplias partes de la ley.

En Colombia, con la reforma tributaria, han sido miles de los manifestantes que han sido brutalmente reprimidos por llevar decir en voz alta que  «Si un pueblo sale a protestar en medio de una pandemia, es porque el gobierno es más peligroso que el virus».

The Economist acaba de publicar el ‘Índice de Democracia 2020», que traza anualmente el mapa de la democracia mundial. Según los datos publicados, solo un 8% de la población mundial vive en un contexto de democracia plena, ¿Un 8%? Cierto.

Muchos de los lectores se preguntaran que tiene que ver todo esto con el título de este artículo.  Durante años, pocos han atendido los múltiples toques de atención que han tenido cabida en nuestra sociedad sobre la limitación de libertad. Nuestro presente y quizá nuestro futuro se lo pueden cargar los trucos de la mal llamada democracia. En muchos aspectos, lo que estamos viviendo es una forma de aniquilar a cualquier precio los nidos independientes y progresistas de nuestra sociedad. Y en esto tienen mucho que ver los bares.

Si hay algo intrínseco al carácter de nuestra sociedad es la vida social en los bares. De un tiempo acá, tengo la sensación de que hay una parte importante asocial de nuestro entorno que no ve con buenos ojos la tolerancia que se respira en estos espacios sociales y de convivencia, y no estoy hablando de pandemia. Esto viene de antes.

Hay personas que han trazado una forma de vida aislada de su entorno social. Estas personas se han refugiado en redes sociales y televisivas, y les importa un pimiento lo que suceda más allá de las puertas de su casa. También hay otro tipo de personas que lo único que quieren es un control absoluto de la situación, siempre y cuando sea su personalidad la que prevalezca por encima de los demás.

Bien es verdad que cada vez más vivimos inmersos en un sistema que nos dice desde que idioma tenemos que hablar, hasta qué es lo que podemos hacer y lo que no, o qué requisitos debemos cumplir para poder ser ciudadanos respetables. Cuanta mentira. Aquí sobra estado, sobran “burocracias” y falta sociedad. Está claro que nos encontramos en medio de una encrucijada, y que lo que está en juego no es poco. Y es que esta pandemia está demostrando ser un “hecho social total”, un concepto para referirse a aquellos fenómenos que ponen en juego la totalidad de las dimensiones de lo social.

Todos somos conscientes de la responsabilidad individual y a la importancia del “distanciamiento social” como forma de lucha contra la expansión del virus. Sin embargo, quien no se pregunta que también estas actitudes generan una extrema inquietud en su potencialidad para cuestionar los vínculos que nos unen.

La lección más importante a recordar de una sociología de esta pandemia es entender los peligros tan abismales que pueden esconderse detrás de todas las medidas tomadas en contra de ciertos sectores como son los bares.

¿Estorban los bares?

Puede que a algunos sí. Muchos nos los han pisado en su vida, ni tienen intención de hacerlo a no ser en sus periodos vacacionales, ahí es donde lo dan todo, hasta propinas. El ciudadano común, que trabaja como una mula para mantener este sistema injusto, necesita un rato de esparcimiento, de ocio con sus comunes. Negarle ese momento – regado con miedo- es un síntoma de una sociedad enferma, ensimismada en destellos inútiles de perfección poco razonada.

Nosotros – y hablo en primera persona- estamos dispuestos a sacrificar nuestra libertad para demostrar que es posible no colaborar ni legitimar la existencia de ciertas creencias equivocadas. Por todo ello, siempre queda molestar a un sistema asentado en todo tipo de injusticias y desigualdades. Aceptamos todo tipo de medidas sin rechistar si de esa manera podemos contribuir a poner en cuestión un sistema y unos prejuicios que no están demostrados en su totalidad.

La pandemia pasara. Posiblemente nos encontraremos con otras, vete tú a saber. Como dirían algunos de esos iluminados “son las charlas clásicas de bar”. Benditas charlas.

Ángel Fernández