Una de las mayores preocupaciones que tenemos las personas con criterio propio es qué sucederá después de la pandemia. Y uno de mis mayores miedos es que muchas cosas pueden estar aquí para quedarse.
La pandemia ha demostrado que todos estamos dispuestos a hacer cosas ilógicas, a cumplir normas ilógicas, sin cuestionárselas al poder ni a los medios que las han incentivado. Muchas de las restricciones que estamos viviendo -derecho de reunión, mascarilla obligatoria, toque de queda- no ha quedado muy claro que hayan tenido una eficacia sanitaria con respecto al covid. Muchas de ellas se han impuesto sin ningún tipo de explicación, apelando a la solidaridad moral sin apenas explicaciones directas.
Durante más de un año, los ciudadanos hemos acatado todo tipo de medidas sin decir ni mu, algo sin precedentes en las últimas décadas en nuestro país. Se ha establecido como normalidad el mandato “por qué sí”. A muchos y muchas nos preocupa que la gente se haya acostumbrado a acatar medidas, como decía anteriormente, muchas de ellas ilógicas con total normalidad. Y lo peor es qué la propia sociedad es la que ha actuado fielmente a unos mandatos políticos que dejan mucho que desear.
Pocos han sido los ciudadanos que han luchado por reivindicar sus derechos. Y eso es algo que no he visto, exceptuando a los negacionistas de turno. Esto llama tremendamente la atención teniendo en cuenta que muchos de estos pertenecen a ideologías cercanas a la extrema derecha, los que siempre han abolido la libertad de la sociedad y han tratado de suprimir derechos fundamentales de los ciudadanos. Es el mundo al revés.
En ningún momento se ha utilizado por parte del gobierno una crítica razonada para que derechos, y de qué manera, deberían de restringirse para combatir la pandemia. El confinamiento radical de los primeros meses fue completamente desproporcionado. El uso obligatorio de mascarillas en espacios exteriores sin ningún contacto con otras personas ha rayado lo absurdo, por no decir que su utilidad ha sido un despropósito. Lo que preocupa es que mucha gente lo ha acatado sin rechistar y mirando de reojo al prójimo. Que toda esta gente crean que está bien así, sin cuestionarlo, dice mucho de lo que nos espera en un futuro. Muchas de estas medidas son una mala solución, que generan incertidumbre, incomprensión y desconfianza ante tus propios vecinos.
Otra da las cosas que ha llamado la atención es la utilización política que se ha realizado durante la pandemia por parte de todos los partidos. Tanto el gobierno, así los independentistas del extrarradio como los nacionalistas centralistas han tratado por todos los medios sacar tajada política de la emergencia sanitaria. En vez de dejar en manos de técnicos epidemiológicos la gestión y la toma de medidas bien explicadas, todo se ha convertido en una lucha sin cuartel por quien toma medidas más absurdas. La intención en todo momento ha sido motivar a sus fieles aún tomando medidas en contra de los intereses de todos los ciudadanos, pero a sabiendas que todo ello le podía proporcionar una buena saca de votos.
El toque de queda es una imagen sugerente de que la gestión se ha basado más en aparentar control que en buscar eficacia real. Encerrar a todos las personas a una hora determinada solo se da en dictaduras, golpes de estado o situaciones extremadamente peligrosas. ¿ha sido la pandemia una de estas situaciones? No. Si bien es cierto que se han dado muchos fallecimientos, la duración de seis meses ha sido completamente desproporcionada pero muy cómoda para el poder. Cuando analicemos en el futuro la realidad de la trasmisión del virus veremos que los resultados nos acercarán más a reuniones de grupo, muchos de ellos resultado de la aplicación tan drástica de un toque de queda. Sera el momento de pedir responsabilidades.
¿Qué nos espera después del estado de alarma?
Está claro que las cosas tienen que cambiar y que los ciudadanos se tienen que ir adaptando poco a poco. Se tiene que legislar para prever limitaciones puntuales, basadas en criterios científicos y sanitarios, que establezcan medidas concretas en lugares concretos. De todas maneras, la huella social del distanciamiento y del miedo al otro va a ser muy difícil de borrar. Los ciudadanos tenemos que estar atentos a las nuevas medidas. No vale aceptar las medidas impuestas sin ningún tipo de razonamiento y vulnerando completamente nuestros derechos fundamentales. Hay que dar razones explicitas y confirmadas para adoptar medidas que generen seguridad y confianza en la ciudadanía. Lo prioritario será explicar en profundidad y sin imposiciones absurdas. Hay que dejar de dar palos de ciego – ahora que se ha aprendido lo suficiente- para ganarse de nuevo a la sociedad. No se puede seguir callándose ante cosas, que pueden parecer menores, ante las medidas que se pueden tomar ante otras mayores que si pueden ser preocupantes.
La sociedad ha cedido demasiados espacios de libertad ante la autoridad. Ojo con esto, pues muchas de estas situaciones pueden convertirse como algo habitual, en detrimento de la democracia y la libertad. Habrá que evitar por todos los medios dar pasos atrás, mirar al futuro sabiendo que en el pasado muchas dictaduras han venido disfrazadas de la protección ante un enemigo, que en este caso ya no es invisible.
Ángel Fernández