La cultura de la rebelión de las personas con diversidad funcional intelectual

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En torno a la rebelión y la singularidad. Actualmente vivimos un orden mundial pernicioso, normalizador y pervertible. Se habla mucho del retorno del fascismo y los populismos, del integrismo religioso, de los nacionalismos, pero estos fenómenos suelen ser brotes pasajeros de nuestras sociedades, que si bien se pueden convertirse en brutales, con el tiempo siempre son reabsorbidos por la democracia.

El verdadero peligro proviene de un sistema que tiende a esquematizar la singularidad de cada uno de nosotros, privándonos de nuestra personalidad tanto física como psíquica.

Las personas estamos siendo banalizadas por la pandemia, sino antes. Todo el mundo parece hoy acomodarse a una jerarquía estándar de la imagen que se espera de él.  Es el concepto que prevalece en una sociedad mediatizada. Todos tenemos que asistir a los acontecimientos prefabricados por una cultura masiva. La individualidad está desapareciendo en tanto en cuando  los individuos están cada vez menos confrontados a su propia responsabilidad.

La administración se encarga de sus obligaciones mediante papeleo, plazos, escrituras, reenvíos,…La ley se burocratiza. Los delitos económicos de los poderosos se cierran por prescripción, los políticos toman puertas giratorias, las fuerzas de seguridad ejecutan órdenes absurdas, los hechos tienden a borrarse en números, en imágenes.

Al mismo tiempo, el mundo se trasforma en un enorme juego de especulación, de malversación y mentiras. ¿Qué puede hacer uno en estas condiciones?

Rebelarse. Decir la verdad ante la autoridad despótica. Disentir de la función objetiva, de la “mal llamada”  razón de estado. Ahora bien, con un cinismo de y en la comunicación ¿contra quién oponerse? ¿Quiénes son los interlocutores? Lo peor de todo es que no sepamos quienes son ni dónde están. En un entorno así la finalidad de la cultura resulta hoy muy problemática. La cultura en tanto rebelión critica ha desaparecido. Creo firmemente que se debe volver a reinventar una cultura de la rebelión. Hemos de conservar la subjetividad cultivando la memoria de lo que hemos vivido con anterioridad.

Pertenecemos a una civilización que ha creado cosas terribles  pero que también ha descubierto la palabra, la libertad, la empatía y el arte, en cualquiera de sus expresiones. Si lo que deseamos es convertirnos todos en robots o ser reducidos a unas victimas del zapping, del dedo sobre la pantalla, estaremos tomando un camino sin retorno. Hay que valorar firmemente escapar a una generalidad a pesar de que desde todas las instituciones deseen lo contrario. Las recetas globales no valen. A partir de que un concepto se hace mayoritario deviene en un tema publicitario. Si utilizáramos más a menudo lo que Freud denomino “la práctica analítica”  la gente dispondría de su propia capacidad de decisión, de una mayor seriedad para garantizar una propia integridad. Esto supone un sacrificio, pero es que este es necesario para alcanzar una conciencia empática con las personas con las que convivimos. Nuestra riqueza interior debería satisfacer de alguna manera a los demás.

Por eso tenemos que seguir luchando, porque sin lucha, porque sin creer en la posibilidad de mejorar las cosas, la vida no tendría sentido. Y la lucha es cuestión de personas normales, no de arquetipos supremacistas que se consideran una excepción entre tanta vulgaridad.

Nuestra historia, la historia de todos nosotros no es ninguna fabula contada por un imbécil. La historia y facultades de cada uno de nosotros no poseen un sentido único. Cada individuo tiene unas propias cualidades, aun en la discapacidad. ¿Acaso no estaba Mozart como un cencerro o Shakespeare no hizo otra cosa que copiar para crear más belleza?

Una de las perores cosas que nos puede ocurrir como sociedad es la creación de una élite ya no basada en la herencia, como la aristocracia, ni sobre el dinero como la burguesía, sino sobre la apropiación del talento y la memoria. Esta élite se hará llamar a si misma los verdaderos ideólogos de la sociedad, y impondrán su propio individualismo sobre incluso la propia Declaración de los Derechos Humanos.

Esa élite no tiene nada que ver con la cultura de la rebelión del siglo XXI, dónde casi todo está ya inventado. Ahora de lo que se trata es de bajarse del pedestal para convertirse en verdaderos humanos.

Ángel Fernández

Nota: las fotografías que acompañan este articulo están realzadas por un niño con espectro autista.