Una historia de perdedores

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Una vez asumidas las reglas del juego, todo cobra sentido, todo es congruente. La envergadura de la derrota, de las derrotas, que se imponen desde un sistema dibujado a medida, marca el camino imaginable como si fuera una pesadilla. Cada uno de nosotros sabemos que nuestra vida no es una historia aislada en un mundo en descomposición. Tanto ruido para nada…

Aunque idiotas somos todos, todos tenemos fantasías comunes, vanidades, soberbias, y casi siempre nos regimos por ellas. Eso de que hay gente simple y conformista no es verdad. La idiotez se sustenta en mecanismos psicológicos muy complejos. El problema surge cuando uno no quiere ser fácil, menuda tragedia.

Hoy día tenemos tendencia a considerar la problemática personal como un asunto fundamentalmente psicológico y, cada vez más, un asunto individual, privado o intimo siempre que no rebase ciertos límites. Esta consideración hace que pasemos por alto, en las numerosas circunstancias y momentos de la vida, la dimensión de las aventuras y desventuras de gobernarse a uno mismo, sin intermediarios, sin gobernantes, sin haber superado los obstáculos causantes de la desigualdad entre los hombres (y mujeres). Los modelos universales en los que se basa una democracia son los que se suponen capaces de extinguir nuestras propias pasiones con una sola fuerza en la razón. Hasta aquí todo perfecto.

Cuando la libertad individual se sustenta en valores de la razón se consigue el plano más profundo de una, como decía Spinoza, Geografía Democrática. Sin embargo, cuando cada uno de nosotros se topa de bruces con la burocracia, o trastienda de la democracia, emerge con todo su furor la pasión, fruto de la sinrazón.

Hay días en los que no merece la pena escribir ni decir palabra, porque de sabiendas es que la valoración crítica no va a ser precisa. Creo que las mismas circunstancias se pueden dar en un panadero de Sevilla como en un pescador en Senegal. Cuando se toman posiciones de decir que no al autoritarismo, al abuso, al enchufismo y, en definitiva, al delito, todo toma dimensiones políticas.  Ante estas dimensiones hay que adoptar una posición ética.

Liberté, egalité, fraternité. Normalmente cuando he visitado un país donde no hay una democracia basada en estos tres principios nunca me he sentido cómodo. Estoy empezando a tener esa misma sensación en mi propio país. Es difícil explicar las pasiones emotivas que cada uno tiene en su propia vida, no tanto las comunes. Y mucho me temo que una de las pasiones más comunes es la de enfrentarse a un nuevo tipo de dictadura, de totalitarismo, que quizás en cierta medida se está instalando en los organismos administrativos que nos gobiernan.

En literatura siempre se ha dicho – creo que fue Borges- ¿Por qué escribir un libro de 300 páginas cuando se puede decir lo mismo con 30 páginas?  Es verdad que la literatura es novelada y, en muchas ocasiones, no tiene nada que ver con la realidad. Sin embargo, la comparación no es casual. Porque literatura también es el periodismo de combate frente  a la neutralidad de un conformismo rácano e insignificante. No se precisa ni en que circunstancias ni ante quienes nos tenemos que enfrentar, ni tampoco la imposición de un destierro de la vida pública o social por adoptar unas posiciones de insumisión ante las situaciones injustas. Llegara un momento que mantener una neutralidad ideológica y de principios se convierta en una falacia y que cada cual deberá de asumir con firmeza la denuncia cueste lo que cueste.

Bueno sería recobrar verdaderamente el ser uno mismo, aunque sea tirando de la nostalgia del pasado para sustituirla por la nostalgia del futuro. Un dibujo de evolución con un simple trazado llevado a cabo de manera sutil, escorando nuestro comportamiento en la dirección requerida para dejar de ser una caricatura y convertirnos en un héroe, no fanático, sino efectivo y firme. Y no hablo de ideología sino de compromiso con un presente coherente.

Por cierto, todo esto tiene que ver con el Estado, la nación de los españoles y la función pública, por si alguien no se había enterado.