Nota redacción (como suena!!!!!):
Os presentamos a Lino. No tenemos ni puta idea quien es, pero es un genio. Ha decidido colaborar con este Magazine (como suena!!!!) sin tener ni puta idea de quienes somos. Mola. Nos encanta tenerte con nosotros. Deleitaros en el siguiente enlace con algunas de sus publicaciones. Gracias, Lino. De esta nos forramos.
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Yo siempre fui buen estudiante, o por lo menos hasta que dejé de serlo. Recuerdo que en el colegio éramos dos los que siempre sacábamos las mejores notas, Javi y yo. Javier era de esas personas odiosas que aprobaban exámenes sin abrir un libro, o eso decía el cabronazo, porque era bastante sospechoso aprobar un examen de los ríos de España sin ver un mapa.
- Es que me gusta la geografía y no me hace falta estudiar.
- Me parece fantástico Javier, a mí me gusta la Coca Cola, y no por eso voy por ahí sabiéndome la composición de memoria. Pedazo de hijo de puta mentiroso.
Seguro que el mamón empezó a estudiar los ríos de España dos cursos antes de lo que debía, solo para tocar las pelotas y ser el más sabiondo. Evidentemente un chaval así solo puede acabar de una forma. Ahora está forrado, divorciado y con dos niños repelentes que seguramente ya se saben los ríos del planeta Titán por si algún día entran en un examen sorpresa.
Como iba diciendo, mi declive estudiantil no vino con las chicas o las malas compañías, que también podría haber sido, pero no, vino a causa de algunos profesores. No es que todos los profesores de mi instituto fueran unos capullos, eso es muy poco probable, pero con que te toquen tres personajes de este tipo ya estás jodido.
Mi profesor de religión era Dios en la tierra, o por lo menos eso creía él. Esta persona no es que me cayera mal del todo, además, tenía la “habilidad” de sacar siempre a la pizarra a las chicas que estaban más buenas, o que ese día se habían vestido con menos ropa, cosa que se agradecía, pero que no era del todo muy religioso, o sí, ya no me queda claro. Nunca he sido muy creyente, pero recuerdo que el día que escuché y vi al padre Apeles en televisión me dije, vale, ya no me quedan dudas, la iglesia es un chiste.
No recuerdo el nombre del profe de religión, y me jode no hacerlo, porque en realidad me enseñó muchas cosas, no seáis mal pensados, no me enseñó ese tipo de cosas, ya he dicho con anterioridad que le iban las chicas jóvenes, me refiero a cosas tipo “enseñanzas de la vida”, mostrar la realidad tal y como es.
Siempre que hablaba con él, la cosa acababa de la misma forma, voy a poner un ejemplo: Un día hablamos del maravilloso mundo de la tauromaquia, un tema que no sé por qué carajo se estaba discutiendo en esa clase. Yo mantenía que es una salvajada y que está ahí porque es algo que mueve dinero, y el tipo mantenía que es tradición y las tradiciones son sagradas. Yo decía que tenía razón, pero que era una tradición salvaje. El colega se ponía rojo, me gritaba, yo le llamaba inquisidor, se reía, cogía el teléfono, y mi madre venía a recogerme con cara de “este niño está acabando con mis ganas de vivir”. Mi madre también está en contra del toreo, por lo que tampoco es que me importara mucho que la llamara para decirle que su hijo defendía su abolición, pero una cosa era llamarla, y otra muy distinta hacerla venir por mí, dejando las lentejas a medio hacer.
Normalmente yo no iba por ahí llamando inquisidor a la gente, pero en ocasiones, su forma de decir las cosas, desde un punto de ser superior que siempre tenía la razón y su: “esto es así porque lo digo yo y punto”, y su cara de mosqueo perpetuo me recordaba al inquisidor Bernardo Gui, no el de verdad, sino el de la película El Nombre de la rosa.
Con el tiempo nuestra relación fue mejorando, yo lo ignoraba, y él solo me preguntaba algo cuando quería que mi madre viniese por mí: “Y ahora vamos a ver qué opina sobre la caza del zorro el pequeño gran hombre”. Así me llamaba, el mamoncete, “pequeño gran hombre” Realmente nunca me quedó claro si lo hacía de forma despectiva o todo lo contrario.
Un día me dijo que, aunque me pareciera mentira, me apreciaba, y que le gustaba mi forma de ser y de defender mis ideales, pero que nunca iba a llegar a nada, (El clérigo Nostradamus había acertado en algo) porque Dios creo este mundo tal y como es, con sus tradiciones incluidas y aquí no venimos a cambiar nada, aquí venimos a vivir con lo que hay. Supongo que esto será un mantra que repetirán todos aquellos a los que les ha tocado vivir en el lado bueno.
Acercándose el final del curso, y con un calor de morirse, hicimos un día de convivencia en el campo. Eso es un día de campo como otro cualquiera, pero en el que se pretende enseñar a aceptar las diferencias de tus compañeros, escuchar, respetar y apreciar a los demás, blablabla. Para asistir había que poner 500 pesetas. No es que fuese un dineral, pero había familias que no disponían de ese dinero. En esos casos, el profesor de religión haciendo un acto de buena fe y demostrando que la iglesia es generosa, y que en ella todos somos hermanos, ponía ese dinero por ellos. Es broma, hay que ser muy ingenuo o gilipollas para creerse esto, los niños que no pagaban se quedaban en casa creando así la convivencia a distancia.
El encargado de comprar los víveres fue el profesor de religión. No recuerdo todo lo que compró, pero si recuerdo que trajo dos sandias enormes, en serio, eran grandes de cojones, no sé si los curas van a comprar a supermercados especiales para religiosos, donde dios les ofrece comida de un tamaño sobrenatural, pero esas sandias eran dos pelotas de esas para hacer Pilates.
Cuando llegó el momento del postre, el profesor pilló un cuchillo, las abrió, les quito la parte central, lo que aquí llamamos, el corazón de la sandía, que curiosamente es la parte más jugosa y sin pepitas. Puso los dos corazones en un plato y nos dijo: Si reparto esto entre todos los que somos, no cabrá a casi nada, y si se lo doy a dos de ustedes, los demás se enfadarán, así que me lo quedo yo.
Y así, es como uno entiende de forma gráfica y clara cómo funciona la iglesia, no digo la religión, que eso es otro tema, pero sí la iglesia, o por lo menos la que yo he conocido, porque hay de todo en la viña del señor, y entre ellos, mi profesor de religión.
Con el profesor de historia también tuve mis “problemillas”, no creo que fuese mal profesor, pero si un poco impulsivo. Un día pilló a dos chicos hablando, a uno lo levanto del suelo de las orejas y al otro le amarró la cuerda de la persiana al cuello y tiró un poquito de ella, lo suficiente para que se le saltaran las lágrimas. Nadie pudo hacer nada por ellos, eran otros tiempos, pero me dije: Esta persona humana y yo creo que no nos vamos a llevar bien del todo. De hecho, creo que estoy vivo porque mi padre le arreglaba el coche gratis, y eso crea un vínculo de “amistad” muy fuerte.
Habrá gente que no ha conocido esos tiempos en los que los profesores eran muy respetados, tanto es así que, si le contabas a tu madre que el profesor te había levantado de las orejas, todavía te estabas acercando peligrosamente a un guantazo. Ahora, si un profesor te habla mal, es el niño el que llama al padre para que vaya a la escuela a levantar al profesor de las orejas. Pasamos de tener UN profesor mamón, a VARIAS generaciones de niños mamones, que luego serán padres mamones.