Hay días que lo mejor de todo es el desayuno, a partir de ahí, ponerse los calcetines ya no tiene la misma épica, aunque sea un pequeño acto pseudo-místico de consonancia con los dedos de los pies que no vas a volver a ver hasta que te duches por la noche antes de ir para la cama. Pero no nos engañemos, después del alimento mañanero, la cosa va para abajo; uno empieza a pelearse con las distintas camisetas y jerséis si tiene el día “dandy”, sino coges la primera que pillas. Puedes llegar a combinar vertiginosos naranjas con azul pitufo, que creo que ni el mismísimo Tomás de Aquino sería capaz de justificar por alguna de sus vías. No se puede ser solidario ante semejantes mezclas, salvo que alguien suelte un latinejo: “De gustibus et coloribus non estdisputandum”, en conclusión, que sobre gustos no hay nada escrito, pero… ¡Qué mal quedan algunos colores!
Una vez preparado, salir de casa es un homenaje al gran Chiquito, en unas pocas baldosas, comienza el baile de ponerse los zapatos, la búsqueda de las llaves, que si tengo poca batería en el móvil y mejor cojo el cargador, y así, para adelante y para atrás, echas un ratín la mar de majo, todo esto, aderezado en estos días con “ostras, la mascarilla”. Pero bueno, al final lo arreglas con un quejido a lo Camarón y preparado para salir de casa.
Ya en la calle, los clásicos: ¡Qué frío!, en invierno; ¡Qué calor!, en verano; ¡cómo llueve!, ¡cuánta publicidad en el parabrisas del coche!, ¡curvas en las rectas!, porque sí, hay veces que no entiende uno porque vas tan tranquilo por una recta y de repente curva a la izquierda para seguidamente otra a la derecha, ¡vergonzoso! y con semejantes teas internas azuzadas con una emisora de radio donde hay un montón de tertulianos que saben de todo y un locutor con voz de radio ( lo que es normal porque trabaja ahí, que no la tuviera, sería lo preocupante) que te van calentando la cabeza y con todo esto, pues llega uno tonificado al trabajo, con más ganas de comerte el bocadillo que el mundo.
Cuando uno sale del curro, se debe plantear y elegir entre cine, deporte, lectura, cervecita, paseo…y finalmente te decides por la siesta, la cabezadita reconfortante y necesaria, que precede a volver a elegir entre cine, deporte, lectura, cervecita, paseo; lo que sea con la cosa de poder estar a las nueve y media en casa para cenar y después de ver una serie de medio pelo sensacionalista ir para la cama y ponerte a leer, antes de preguntar a tu pareja: – ¿te molesta la luz? -No cariño, la luz no me molesta, me molestas tú. Dulces sueños.