Existe una inquietud entre los ciudadanos respecto a cómo van a encajar en el nuevo mundo tecnológico que ya está ahí. Esa va a ser la verdadera revolución después de la pandemia, si es que hay un después.
En las familias de la clase trabajadora siempre ha existido un optimismo que emanaba de la creencia de que la clase trabajadora era parte de la clase media, que tenían una participación en la sociedad. Se pensaba que cuando las cosas iban mal todo el mundo sufría, pero que cuando las cosas iban bien, el trabajador también se beneficiaba. Creo que estarán conmigo en afirmar que esa creencia ya no existe.
Las empresas que están obteniendo unos beneficios record y presentan un balance de cuentas mejores que nunca a sus accionistas, están despidiendo a miles de personas. Un país puede prosperar, y una empresa también, pero el trabajador, a menudo, se queda al margen. Despedir a personas en épocas de bonanza es el pan de cada día. Hay que reducir gastos, recortar empleos, ampliar beneficios.
Este nuevo tipo de revolución económica y tecnológica es la verdadera causa de la inquietud en que está sumida la sociedad. Solo se necesitaba una “pandemia” para acentuar más esta situación y acallar cualquier tipo de discrepancia. Convertir a los empleados a tiempo completo en empleados a tiempo parcial se va a convertir en moda, si ya no lo era. Evidentemente, de esta criba se libraran las elites, los políticos, muchos funcionarios u otros sectores imprescindibles para que la rueda siga girando.
Las grandes empresas tecnológicas necesitan muy poca mano de obra. La tecnología y el comercio libre tiene su precio, y lo va a pagar la clase trabajadora, los jóvenes que se van a comer dos crisis seguidas y las pequeñas empresas, los que están más abajo en la pirámide.
La seguridad de tener un trabajo se va a convertir en el verdadero caballo de batalla. Estos sectores desfavorecidos no son algo abstracto o desconocido para nuestros administradores. Van a ser numerosos los desencuentros en nuestra sociedad. La xenofobia, los disturbios sociales, la represión policial, los populismos llenos de propaganda programada, la falta de independencia de los medios de comunicación, son todos factores que si no se toman medidas pueden contribuir a crear un crisol para nada unificador.
La ofensiva conservadora
Los políticos y periodistas están resaltando continuamente la naturaleza ideológica de las cosas. Etiquetar a unos como tal y a otros como cual no es un buen camino. Encontrar tertulias objetivas es casi un milagro. La publicidad se ha convertido en propaganda. Fíjense sino en esos anuncios de Amazon, donde unos empleados sin ningún tipo de derecho sindical, la multinacional los convierte por arte de magia en “asociados”.
Mucho me temo que lo que nos espera es una vuelta de tuerca hacia posiciones cada vez más conservadoras. Cuando lo que se desea es que, en una sociedad tan fragmentada como la nuestra, las posiciones económicas de mercado prevalezcan sobre las sociales la deriva hacia el conservadurismo es inevitable.
Los conservadores de momento callan. Cuando el panorama económico se aclare un poco van a ir a la yugular. Ahora afilan los dientes. En el futuro vendrán los recortes y la imposición de unas reglas laborales propias del siglo XIX. Al tiempo.