La Lisboa de José Saramago

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Uno de los escritores más universales y de mayor peso en la literatura portuguesa, José Saramago, dejo Lisboa por las tierras volcánicas de Lanzarote. En una entrevista publicada en enero de 1994 para el suplemento semanal de El País “Babelia”, justo en el mismo momento que escribía “Ensayo para la ceguera”, hablaba de la Lisboa que ya no existe y se mostraba totalmente decepcionado sobre la ciudad que tantas veces protagonizo sus relatos, llegando incluso a afirmar que el propio país Portugal había perdido su cultura porque “está muerto”.

Sin embargo, en la entrevista son solo sus palabras las que están cargadas de desencanto y de amargura, porque su persona seguía manteniendo una serenidad profunda y llena de vitalidad alrededor de una buena botella de vino y un delicioso plato de bacalao.

“Es difícil que exista una cultura viva en un país muerto como el mío” expresaba con amargura. En Lisboa vivió casi toda su vida pero esa Lisboa ya no existe y le es completamente desconocida: ruido, polución, agresiva, con un tráfico infernal.

“Por mucho que uno quiera a una ciudad, los nuevos tiempos y los cambios repentinos no te dejan acostumbrarte, surge el desamor” añadía. La nueva construcción de barrios enteros que se convierten en tumores malignos y que hacen perder la verdadera identidad de la ciudad, y donde ya no se hablara de la identidad de las personas no podían definir la ciudad que él amaba.

Y no podía faltar el tema sobre la identidad ibérica donde afirmaba que “España siempre ha mirado hacia otra parte, hacia Europa. Portugal no ha sido más que un complejo de amputación que no quiere reconocer”. Para Saramago el mapa de España sin Portugal no sería lo mismo. En el fondo a España le falta Portugal y lo sabe: queda feísimo.

Afirmaba también que “hoy, con el afán de querer ser todos europeos, se está dejando lo que somos, portugueses, españoles, franceses…”. Cuando las personas ponen por encima de todo sus intereses las ciudades y los países dejan de ser lo que fueron, núcleos de unión y solidaridad.

La gota que colmo el vaso de su desamor con Lisboa, y con Portugal en general, fue la prohibición de  su novela “El evangelio según Jesucristo”. En ese momento tomo la determinación de abandonar su país y refugiarse en Lanzarote, una isla que le fascino desde un principio. Porque lo cierto es que el futuro ya lo predecía en esos años, “el futuro será concebir a una persona encerrada en una casa, rodeada de instrumentos para comunicar con todo el mundo, lleno de botones, solo y en comunicación con todos y con todo. Pero esa comunicación es falsa. Por eso prefiero vivir en un isla donde el propio aislamiento geográfico ya es suficiente”.        

Cuando se le pregunta si la juventud tiene esa misma sensación su respuesta no es muy optimista, “Los jóvenes siempre ha sido distintos pero nadie es joven eternamente. Es la ilusión terrible de nuestro tiempo: pensamos que siempre vamos a ser jóvenes. Es como si los mayores trataran de ser jóvenes por todos los medios. Nadie quiere ser adulto lo cual conlleva que nadie sepa quién es. Es dramático, porque la realidad es que la edad llega siempre a todos, lo aceptemos o no.”

Sabias palabras para una sociedad empeñada en vivir en la constante ceguera.