Cuando vivimos en medio de una sociedad inclinada al positivismo radical, el funcionalismo simple y el utilitarismo más materialista, encontrar caminos para proporcionar un aprendizaje interior es diariamente negado por los entes administrativos de esta mal llamada democracia.
A nadie debe de asustarle que individuos con ganas de indagar en lo más intimo de la mente humana, y por lo tanto de su alma, utilice ciertas drogas como la mescalina para obtener una iluminación interior y mantener un estado de armonía que le lleve a tal fin.
Cuando se habla de drogas de apoyo emocional – te las venden en las farmacias todos los días- nuestra sociedad no se percata de que lo se trata es de hacer una radiografía mental colectiva, muy distante de la experiencia personal de cada uno de nosotros. En estos momentos de pandemia el uso de antidepresivos y ansiolíticos están marcando un hito nunca visto en la sociedad española. Es de desear que nuestros psicólogos y psiquiatras estén realizando un seguimiento exhaustivo del proceso invisible -tanto como el virus- que se puede estar dando en el comportamiento de cada uno de nosotros.
Aldous Huxley, en su libro “Un mundo feliz” adelanto un retrato de la actualidad vigente de este 2020. Cuando dos corrientes antagónicas recorren las horas de nuestros días – la humanística y la científica- resulta muy difícil encauzar la base sobre la que se asienta toda sociedad: las ideas. Básicamente, tratar de encontrar por medio de la ciencia – no olvidemos el “made in china”- una explicación sobre lo inexplicable, difícilmente podremos pararnos a reflexionar un solo instante sobre el milagro de la propia existencia.
En el fondo no son momentos para miradas interiores, más profundas sobre lo que somos, lo que fuimos y lo que seremos. No estamos en guerra con nadie ni contra nadie. Otra cosa es que los diferentes medios que se están lucrando de esta situación nos sitúen involuntariamente en un terreno demasiado abonado durante años para alcanzar su último y único fin: control. Como una noria de agua todo se retroalimenta simultáneamente donde el perdedor, por desgracia, siempre es el mismo.
Hoy quizá sea el momento de releer al gran Paul Lafargue – por cierto, yerno de Karl Marx- cuando afirmaba en “Le droit a la paresse” (El derecho a la pereza) como funcionaba una sociedad capitalista que santifica el trabajo y que para nada incentiva una mirada interior hacia uno mismo:
Para este hombre la sociedad se describía de la siguiente manera, a cual más perniciosa:
- Por un lado los aristócratas – tipo rey emérito-, unos botarates pasados de moda cuyas lacras eran heredadas por…
- Los burgueses – aquí el abanico es mucho más amplio, que cada uno se aplique su paralelismo- , unos traidores que han sido capaces de convencer que el trabajo es una maravilla a …
- Los trabajadores, bestias de carga engañadas que deberían sublevarse cuanto antes mejor. Sobre esto surgen muchas dudas.
La conclusión es que en estos momentos es mejor usar los medios tradicionales – cada uno a su gusto- para reencontrase consigo mismo y, quien sabe cuando, con los demás.
Ángel Fernández, en Invernalia (de nuevo) Noviembre 2020.