Vuelta a los sentimientos

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Cuanto más mayor me hago encuentro cada vez más importante la belleza de ciertos momentos en nuestra miserable existencia. Estas dos fotografías realizadas en un trayecto en Ferry desde Okinawa a Kagoshima son una muestra de ello. Fueron 24 horas de viaje en medio de una tormenta que balanceaba continuamente el barco de babor a estribor. Apenas viajábamos 100 personas en ese inmenso barco. En este mundo tan perdido –lo siento, no tengo ninguna esperanza con respecto a la verdadera esencia de la vida con la deriva que está tomando nuestra sociedad- hay momentos solitarios que inspiran pensamientos de excelencia, donde todo es armonía y donde no se muestra lo que tenemos delante de nosotros sino lo que tenemos dentro.

Lo que en ocasiones hace grande a una imagen es la improvisación donde no piensas lo que haces, donde se crea una relación especial sobre la persona que fotografías sin conocerla. Es como un escritor que en su primer relato se pasa con los adjetivos y en el segundo todo es aburrido e innecesario. Sin embargo, llega un momento que instintivamente construye un relato serio e interesante. Eso mismo sucede con la fotografía: hay que olvidarse de la maquina y dejar que sean los ojos los que piensen. En ese momento te das cuenta que una imagen habla por sí sola, como las buenas novelas.

Cuando tomas decisiones de contar historias debes dejarte llevar, olvidarte de la técnica y de ti mismo. En esencia se trata de que verdaderamente sientas interiormente lo que estás haciendo sin tener la necesidad de demostrárselo a nadie. En el fondo, seguramente a nadie le importa un carajo. Tampoco es tan grave: escribir novelas o hacer fotografías no es obligatorio en esta vida. Lo esencial es vivir momentos tan auténticos como los que describen estas dos humildes fotografías. Al menos para el autor.    

Ángel Fernández