Vivimos una época en la que es muy fácil acceder a información y la mejor forma de destruirla es dar mucha para que la cosa se lie. Desde un punto de vista intelectual la sociedad pagará un precio bastante alto por esta pérdida. Y también es cierto que la memoria ha desaparecido como valor porque tampoco es tan necesaria: si tienes acceso continuo a la información, ejemplo google, no hace falta que la guardes. Antes de la era digital la memoria era la base de retórica clásica, sin ella lo mejor era no abrir la boca. Ahora todo el mundo habla pero con un teléfono móvil en la mano, el verdadero valor de uso inmediato.
Muchas de las antiguas materias de conocimiento como la historia, la filosofía o la etimología están desapareciendo, seguramente porque dejan de ser útiles. ¿Cuántas personas saben identificar una estrella o el momento adecuado para realizar una siega por la posición de la luna? Lo que la tecnología ha resuelto por un lado se va perdiendo en forma de incultura por otro. La gente nos estamos acostumbrando a que nos lo den todo masticado lo que nos esta convirtiendo en personas llanas, simples e inmediatas.
La conclusión es muy desesperanzadora: cada día el mundo está más burocratizado, al que molesta se le aparta y el poder se implica en la destrucción del pasado, o mejor dicho, que se olvide el pasado. Como ciudadanos y personas sucumbimos en los engranajes del sistema, la cohesión social se desvanece formando un caldo de cultivo para el absolutismo.
Sin embargo, es el momento de reivindicar la autenticidad, la variedad, el final del monoteísmo. El silencio durante unos momentos no significa el final de la continuidad de esfuerzo. Lo que nos espera por delante está por ver. Vamos a necesitar mucha sabiduría – aunque nos destruya personalmente- para no caer en las redes de una política que trata este planeta como si fuera un supermercado lleno de tarados, neuróticos y alineados. Lo que están tratando de hacer es crear una sociedad inmadura, insolidaria, psicótica y eternamente dependiente del poder. Todos los países se han convertido en pequeños y grandes mercados, y los ciudadanos en vulgares clientes. Dejar en manos de estos mercados el funcionamiento de una sociedad es muy peligroso: su único objetivo es ganar dinero ocurra lo que ocurra. Nadie puede tomar una medida que vaya contra ellos. Los despidos serán masivos, las políticas antisociales y la economía nunca será aceptada como una actividad social.
Es el momento de políticos valientes, de población comprometida y solidaria. Los tiempos van a ser duros, buscar la máxima productividad con la mínima mano de trabajo va a ser el objetivo de muchas multinacionales. Esta sociedad tiene que estar preparada para ello, de lo contrario el escenario va a ser desolador. Y la mejor forma de estar preparado para ello es con conocimiento e inteligencia aunque muchos pretendan conseguir lo contrario para sus ciudadanos. Ahora más que nunca el escenario da pánico.