«Ushuaia 1998». El año del Asteroide

Comparte

Por Eloy J. Rubio Carro, profesor de filosofía, ahora en astorgaredaccion.com

Sentado a mi mesa, una mesa oblonga, amplia aunque abarrotada de libros, es la tarde en que cumplo cuarenta años, dieciocho de marzo, primaveral, festiva…

Tengo sesenta años y pretendo enlazar con esta aquella tarde que recupero en mi diario. Pensaba que tal vez llegaría este momento y que entonces sería fácil acabar. Pensé tan sólo que sería más frío, pero es soleado como aquel, es naranja luminoso otoñal. Tamborilleo la mesa y miro al frente, tras los visillos lo mismo: Pedro Mato y la aguja del palacio.

Estaba ya aquí tamborileando la mesa, marcando el paso del tiempo en aquel cumpleaños. Leía, “El asteroide 1997-X-F 11, de 1,5 km de diámetro, pasará dentro de 30 años mucho más lejos de la tierra de lo que se había anunciado, en concreto a unas dos veces y media de distancia de la tierra a la luna”… Pero, ¿qué pasaría si realmente le asteroide chocase con la tierra? No me refiero claro está a lo que le pasaría al planeta, sino a la reacción de la gente de conocer con antelación el choque fatal. Tal vez influido por las películas de catástrofes  los veía inquietos de acá para allá, hacia parte ninguna, pues ningún lugar podría resguardarse de semejante impacto. Es posible, pensé que pudiéndose prever el lugar del impacto hubiese migraciones hacia las zonas antípodas. Tal vez, se me ocurrió, la reacción no fuese tan difícilmente previsible  ¡A ver!: ¿Qué haría yo en ese caso? Lo que hago; sentarme y tamborilear la mesa. Sentarme a esperar el fin con tranquilidad como siempre he hecho. De un espíritu fatal, aceptador de lo irremediable, tamborilear y marcar el tiempo (…) Zénon, ¡cruel Zénon! ¡Zénon d´ Eleé (….) Le son m´enfande et la fleche me tue!… Aquí, al final de todos precisamente este recuerdo. Miro el segundero de mi reloj para cerciorarme de la marcha, para asegurarme que no esté parado: 18,35. Menos de una hora y el tiempo que avanza. No puedo esperar otra cosa, aunque tal vez sea una cuestión de mi mente que nunca haya podido esperar otra cosa. Porque otra cosa, precisamente ahora otra cosa además de deseable es posible, que ocurra algo diferente con el tiempo, que no llegue y que la flecha no mate. Pero ¡ay!, que me atine en el corazón es lo que realmente espero.

Aquella tarde se sonrosaba en la fachada de la escuela oficial de idiomas que veía a mi derecha por el ventanal cuando pensaba que si viniera la muerte anunciándose (….). Aquí desgraciadamente en el diario se interrumpe la ficción ya que por lo visto el teléfono sonó y salí lanzado para evitar que saltase el contestador. – ¿Eloy Vasconcelos? – ¿Cómo?, se equivoca. – Mira, que soy Pedro, el archivero (….) Nunca intenté la continuación de aquel juego y ahora por cuestiones obvias me es imposible ponerme en aquella hipotética situación. Podría decir que avistando la muerte tamborilearía mi mesa oblonga para marcar el tiempo que se acaba. Mentiría.

Trascribo de aquel diario “La unión astronómica internacional anuncio hace dos días que el asteroide pasaría a 41000 kms de la tierra en Octubre de 2028 y no descartó la posibilidad de un choque catastrófico”. Yo pensaba lo que haría ahora, estaba a punto de proferirlo cuando alguien me interrumpió el pensamiento y lo dejó sin respuesta para toda la eternidad ahora que esta se acaba. Ahora no, ahora es imposible. Diría: tamborilearía sobre la mesa para marcar el paso del tiempo. Miento. Nunca hubiera dicho esto. Veamos. Aquella tarde, víspera de San José festivo, anochecer con catedral iluminada. Pedro Mato incendiado, de color naranja, la punta de estalagmita enhiesta sobre el fondo azul que se ennegrece.

¡Vendrá la muerte y tendrá tus ojos! Ojos verdes de almendra como los que ocupaban mi mente por esa época, y, a una muerte así me abriría de brazos, claro está. No, me es imposible. No puedo pensar lo que pensaría de suceder lo que me está sucediendo cuando me está sucediendo, y esto es lo que puedo pensar. Pienso: el minutero avanza inexorable y, como esperaba, el tiempo no se dilata, el paso es efectivo y si la eternidad apuntó hacia aquí marró el tiro. Oigo la flecha y la vibración me estremece. Tengo la seguridad de que ese arquero tiene tus ojos y que nada le puedo ocultar, almendrados, verdes, los de mis pensamientos de aquella época. Tengo la seguridad de que dará en la diana.

Aquella tarde se hizo oscura y yo cumplí cuarenta años, toda una noche me envolvió hasta mi muerte. Ahora veo tus ojos, el tiempo ha finalizado y continúa. ¡Estoy seguro, fueron tus ojos los que de la muerte me distrajeron!

Eloy J. Rubio Carro