La gran expectación que se está generando en la obtención de una vacuna contra el virus que causa la COVID-19 se puede pronosticar que va a ir en aumento en lo que ya se denomina “una carrera”. De hecho se suele afirmar que solo gracias a una solución de este tipo, se puede dar por superada la crisis a nivel mundial generada por la enfermedad consiguiendo así tener unos estándares de seguridad y calidad de vida como la que se tenía antes de la llegada de la pandemia.
Sin embargo el análisis tendrá que hacerse también sobre los efectos intrínsecos que nos puede suponer ese escenario en el que una vacunación pueda evitar la propagación y conseguir la cura a esta enfermedad relacionada con un coronavirus.
En la historia reciente tenemos episodios más o menos recientes de situaciones similares en las que la humanidad se enfrentó a una terrible enfermedad y tuvo que aunar esfuerzos de índole diversa para así poder superarla.
La poliomielitis
Posiblemente entre los lectores se pueden encontrar quienes sepan de estos acontecimientos; otros -entre los que me encuentro- solo gracias a los documentales emitidos en TVE pudimos saber de un ejemplo real que tuvieron que afrontar una ingente cantidad de seres humanos en donde se tuvo que luchar contra otra enfermedad infecciosa que hizo estragos.
En los comienzos del siglo XX la poliomielitis, que llevaba años conviviendo entre nuestras poblaciones a través de la historia, comenzó a extenderse con mucha más facilidad llegando a convertirse en una pandemia. Su expansión infecciosa alcanzó una dimensión global con la tragedia incorporada de cebarse principalmente en la población infantil con terribles consecuencias como discapacidades severas permanentes e incluso resultando mortífera en muchas ocasiones. Con el miedo en el cuerpo crecieron y tuvieron que cohabitar millones de personas. Se produjeron escenas que hace unos meses hubiéramos pensado superadas en un país como el nuestro como cuarentenas, cierres de piscinas en verano, sin celebrar fiestas de cumpleaños, sin jugar con nuevos amigos, aislamientos… Tiempos en donde se llegó a la utilización de aquellos remedios atormentadores como el pulmón de acero.
En el año 1952 se produjo en EEUU el máximo brote con una cifra aproximada a los 58.000 afectados. La comunidad científica realizó esfuerzos enormes y se puso a trabajar infatigablemente desde el importante paso dado en 1948 por los virólogos Enders, Robbins y Weller (ganadores del premio nobel de fisiología o medicina) permitiendo reproducir el virus en cultivos celulares para sentar la base de un posible desarrollo de la vacuna que llegaría seis años después de la mano del equipo de Jonas Salk. No fue sin embargo hasta el año 1955 cuando se llevó a cabo la vacunación de forma masiva y en el año 1957 el número de afectados descendió hasta los 5.000 casos. Jonas Salk se conviertió en un héroe nacional. El desarrollo a posteriori de una nueva vacuna utilizando virus vivos atenuados y no muertos por el científico Albert Sabin, dio una vacuna de mayor eficacia y administrada con jarabe. Bastaban unas gotas.
Tan interesante como el desarrollo heroico de ese trabajo, con medios todavía bastante rudimentarios que los científicos manejaron, resultó ser también la participación de la sociedad civil.
The march of the dimes
‘Dime’ es una moneda de 10 centavos, la décima parte de un dólar, y según parece tuvo un valor muy simbólico para los niños en los Estados Unidos por ser más manejada en estas edades -en nuestra mente quizás salta el paralelismo con la moneda de los “cinco duros” que tanta familiaridad tuvo en nuestra infancia-. En este país se organizó una campaña inmensa de recaudación de pequeñas donaciones en lo que se denominó primero “la marcha de las madres” para convertirse en “la marcha de las monedas de los diez centavos” quizás por la relación con la población más castigada: la infancia. Puerta a puerta y celebración tras celebración, con acto solemne o sin él, con aportaciones mediáticas y anónimas, la recopilación de dinero se hizo a gran escala. Finalmente se consiguió una cantidad de recaudación enorme.
Sería como patentar el Sol: un ejemplo para la historia.
Hubo un hito histórico al final de esta lucha contra la enfermedad: fue cuando el doctor Jonas Salk se negó a patentar la vacuna con su famosa frase que dejaría para la posterirdad: “Sería como patentar el Sol”. Puede que le pesara en esta decisión la actitud de toda una sociedad volcada en ayudar a acabar con esa tragedia. Posteriormente, el doctor Albert Sabin tampoco patentó la suya y en la intención de ambos parece claro que, al negarse a hacerse millonarios, su mayor satisfacción fue salvar vidas, en dejar para la humanidad esta decisión ejemplar, en tener el honor de ayudar a terminar con ese drama.
La antítesis: el Sovaldi (Sofosbuvir)
El sofosbuvir comercializado con el nobre de “Sovaldi” es un medicamento antiviral que se usa de manera combinada para combatir la hepatitis C principalmente. Ha surgido como único método para salvar la vida de muchos pacientes y por lo tanto, indispensable para los sistemas sanitarios.
El precio de este medicamento varía según la localización geográfica y es mucha la variedad. Una entrevista a los medios de una exdirectiva de la farmacéutica que lo comercializa, “Gilead”, nos orientó sobre por qué cuesta 750 € en Egipto, 50.000 € en España o 70.000 en EEUU –precios estimados porque continúan bajo secreto-: “¿Por qué en España 50.000? Porque a lo mejor sí que pueden pagarlo” -son palabras literales-. Es decir, que la empresa farmacéutica, conoce su situación ventajosa en cualquier negociación de precio, diferente en cada país y contando además con que pueden estar falleciendo pacientes mientras esperan que se les administre el medicamento. Da la impresión que no solo se busca la viabilidad de un proyecto farmacéutico o cubrir los gastos en investigación del fármaco, de hecho la patente fue vendida con anterioridad por los verdaderos creadores y ahora es una empresa con grandísimos beneficios.
Lejos, muy lejos, nos deja a nuestra humanidad de una gesta como la del doctor Jonas Salk y la sociedad civil volcada en acabar con un drama. ¿Cuánto vale el precio de una vida? ¿Cuánto daría Vd. por salvar una vida? ¿Cuánto coste puede soportar un sistema sanitario? ¿Vale lo mismo una vida en diferentes países? ¿Son lícitas las patentes a cualquier precio? ¿Se negocia o se chantajea?
La nueva “era COVID”
Surgen varios frentes abiertos por afrontar ante una problemática policromática.
En los últimos días se ha visto como EEUU ha comprado prácticamente toda la producción del medicamento “Remdesivir”. Dejando claro que, de salvarse alguien, “America first”. Por cierto, el laboratorio al que pertenece el fármaco es el mismo que el fabricante del “Sovaldi”: sí, “Gilead”. El mismo que ha puesto el precio que le ha parecido.
En esta nueva etapa se está ocultando negociaciones, unilaterales, entre países y laboratorios farmacéuticos tendenciosamente creadas para recibir más cupo de la futura vacuna en un lugar u otro del mundo a cambio de una financiación enorme de dinero público.
Desde una perspectiva humana que crea que las vidas son igual de importantes aquí o en Burkina Faso, se puede recordar la importancia de hacer bien las cosas. Con esto se quiere indicar que no debería de hacer falta una Segunda Guerra Mundial, como así ocurrió, para que las civilizaciones se unieran para no repetir situaciones dantescas y tener sensatez. Ante una tesitura tan trágica y ante una amenaza de no terminar equilibradamente –es decir, no adecuadamente- con la situación, nos deberíamos de preguntar por las patentes, por el acceso a las vacunas o a los fármacos de todos los seres humanos y los costes. Preguntarnos sin miramientos si las patentes deben de ser libres ahora que los estados están dejando tanto dinero de los contribuyentes en salvar las economías para que así no suponga un desembolso como el que se produce por la compra del “Sovaldi”.
De no producirse los pasos adecuados, una parte muy importante de los habitantes de nuestro planeta, se puede quedar indefensos. Recogiendo el hilo de este artículo desde su comienzo, muchos personas que padecieron la poliomielitis en España tuvieron la mala suerte de nacer en tiempos de la dictadura del general Franco en donde solo las personas más pudientes lograron vacunarse contra la polio, haciendo estragos en toda una generación de niñas y niños que lo padecieron en nuestro país.
Otra prueba evidente de la dificultad en la correcta distribución de una solución que salve vidas, es decir, de la futura vacuna, lo hemos sufrido durante nuestra cuarentena. Años de deslocalización de empresas por todo el mundo buscando mano de obra barata –y con menos derechos- mermó la capacidad productiva de países como los europeos. Los aviones provenientes de países como China, se han utilizado como ángeles salvadores que nos traían material sanitario y, en nuestro interior, muchas fábricas se han reconvertido apresuradamente para producir todo lo que pudiera paliar la escasez con iniciativas como la utilización de impresoras 3D. Ahora, líderes como Emmanuel Macron, hace un llamamiento en recuperar toda la producción industrial que se pueda. Esto podría ayudar a que nuestra población alcance con más facilidad productos de todo tipo incluyendo fármacos entre ellos. Pero no nos podemos dejar de preguntarnos qué ocurrirá con los países que no disponen de economía e industrialización fuerte.
Parece que corría una sensación durante los peores días de la expansión de la COVID-19 sobre una nueva era donde mudaríamos a una sociedad mejor. Cabe reflexionar sobre ello todavía porque efectivamente hemos encontrado acciones de generosidad y entrega que podríamos denominarlas como heroicas y ejemplares –también lo contrario-. Todo lo relacionado con las gestas choca con un mundo tremendamente egoísta, de fronteras adentro e incluso dentro de las propias. Es evidente además que, internacionalmente, líderes como Trump, Boris Johnson, Bolsonaro… no han dado una imagen de preocupación por una solución global o por una solución coherente al menos. Ante esto, una vez más, habrá que comenzar con lo que esté a nuestro pequeño alcance, con el “Think global, act local” de Patrick Geddes. Con esas pequeñas acciones que tendrán repercusión como aquellas madres que se lanzaron a recolectar dinero para la vacuna contra poliomielitis o los miles de ejemplos de personas que han hecho lo que han podido por mejorar las condiciones de otros seres humanos durante los peores días de la pandemia en nuestro país. Si hemos visto un “Black lives matter” afecta globalmente gracias a las redes sociales, esperemos que surja algo desde la sociedad civil porque del nuevo orden mundial no podemos ni debemos esperar nada…. lo digo por decir algo, porque no suene derrotista, porque muchos han intentado e intentan que este mundo sea mejor y porque los fans de “Star Wars” creemos en “una nueva esperanza”. Que la fuerza nos acompañe.
Alejandro Lázaro Almorox