Cuando estamos a punto de terminar el estado de alarma, y ante el temor de un nuevo rebrote sería bueno recordar el caso de esta infortunada mujer.
Nacida en 1869 fue la primera persona en EEUU identificada como asintomática de la fiebre tifoidea, o también llamado Tifus. Como persona asintomática no sufría los efectos del tifus pero desgraciadamente ella misma era un medio de propagación muy eficaz. Encima su trabajo era el de cocinera.
El número exacto de las personas que murieron por mantener un contacto con ella nunca se sabrá. Toda su vida arrastro este problema que ahora muchos llaman bendición.
En “1907 fue exiliada a las instalaciones de aislamiento en North Brother Island en el río a las afueras de Nueva York”. Ante esta situación y con la ayuda de un magnate de la prensa entablo acciones legales sobre la injusticia que se estaba llevando a cabo pues ella no era culpable de nada.
Puesta de nuevo en libertad realizo diversos trabajos, siempre con nombres falsos. Uno de ellos fue como cocinera en un hospital. Este fue su último trabajo, la opinión pública no la perdono y fue encerrada de por vida hasta su muerte por causa de un infarto en 1938.
Ser la primera persona asintomática de la historia no le hizo ningún favor. Tuvo una trágica existencia por no tener ningún síntoma de la enfermedad que trasmitía. Los médicos la describían como alguien de mal carácter, obstinada y muy solitaria. Como para no serlo.
De lo que paso después de su muerte es un misterio. Todavía se discute si hubo o no hubo autopsia, de si en realidad fue un infarto y, lo más importante, si la bacteria del tifus seguía o no en sus restos. Según la prensa de la época “Nueve personas asistieron a su funeral en la iglesia de San Lucas, en el Bronx”. Lo más seguro es que se deshicieran del cadáver lo antes posible para evitar males mayores.
Lo curiosos de todo esto es que poco después de su muerte se empezaron a conocer muchas más casos como el de Mallon. A partir de ese momento se empezó a darle más importancia a los casos asintomáticos, llamándolos “superportadores” sin indicios.
(..) Todas las grandes casas de Nueva York eran iguales. Todas ellas estaban manejadas por mujeres que habrían tenido que nacer varón, cuya ocupación ideal habría sido la de clérigo; mujeres que iban a la agencia de empleo enfundadas en sus guantes blancos y miraban a su alrededor como si se encontraran en un burdel, como si se dispusieran a negociar los términos del contrato con la madame ante la mirada de las rameras que esperaban ser contratadas. Y entonces, una vez que se había llegado a un acuerdo, en vez de indicarle a la cocinera que se dirigiera a la cocina o a la lavandera que fuera a la lavandería, la señora de la casa procedía a dar un sermón sobre los valores del hogar cristiano.
Para conocer más a fondo los detalles de este caso recomiendo la lectura de La novela ‘La cocinera irlandesa’, de Mary Beth Keane (Harper Collins). Aquí se realiza un trabajo de investigación de la vida de esta mujer criminalizada por ser asintomática. También puede ser que a todo ello se uniera que muchas de las personas contagiadas pertenecieran a familias ricas en cuyas casas Mallon sirvió como cocinera.
Quién sabe.
Ángel Fernández.