De todos los museos que he visitado a lo largo de mi vida (que no han sido pocos), ninguno me ha resultado tan espeluznante como el Edificio de la KGB en Riga (Letonia), también conocido como “La casa de la esquina”.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Letonia fue ocupada por los soviéticos. El régimen fue apoyado por la policía secreta política soviética, la llamada Cheka. Fundada en 1917 como “la Comisión especial de toda Rusia” para combatir la contrarrevolución y el sabotaje. La Cheka estableció un aparato enorme y opresivo que buscaba y eliminaba a los opositores y “presuntos” opositores del régimen bolchevique.
La llamada “Casa de la Esquina” es un precioso edificio que la Cheka desalojó y la convirtió en la sede de la KGB para espiar a los letones. Lo han conservado tal cual para dejar ver al mundo los horrores que allí se cometieron.
No recuerdo el precio de la entrada, pero no era excesivo, e incluía un recorrido por todo el edificio con una letona muy linda como guía, que con mucho sentimiento nos contó (en inglés) como su abuelo había estado allí.
En el interior del edificio se pueden visitar las salas de interrogatorios, donde aún se conservan las porras encima del escritorio (supongo que para darle mayor impacto), las celdas, la cocina, el patio…
Al entrar allí, los presos eran despojados de todas sus ropas, situación que se hacía especialmente difícil en el caso de las mujeres.
Solían hacinar a 40 personas en cubículos preparados para 10. Había un cubo grande en una esquina, donde todos hacían sus necesidades. En las celdas las luces permanecían encendidas noche y día, lo cual los desestabilizaba; muchos de ellos sabían que su fin iba a ser la ejecución, y tal era su miedo y desesperación que declaraban cualquier cosa, con tal de que acabara la tortura.
Al lado de la puerta de entrada, los rusos instalaron un buzón, donde cualquiera podía introducir peticiones para saber cómo estaban sus familiares dentro, o lo que es más escalofriante, deslizar notas para chivarse a los servicios secretos soviéticos sobre algún vecino, amigo, compañero de trabajo, que pudiera ejercer actividades sospechosas anti-soviéticas.
Era muy fácil ser sospechoso, pero muy difícil poder demostrar la inocencia.
Lo más crudo de toda la visita, fue la sala de ejecuciones. Se mantiene igual, no se ha pintado. Han colocado un plástico sobre la pared para evitar al visitante observar todas las manchas de sangre, e incluso restos orgánicos. Sobre una mesa exponen las balas que utilizaban, que eran de un calibre muy pequeño, para que salpicaran lo menos posible. Y en el centro de la sala, había un sumidero, para con una manguera, poder limpiar fácilmente los restos de sangre.
Más de 30.000 personas trabajaron aquí, entre la II Guerra Mundial y 1990, cuando Letonia consiguió su independencia. Muchos de ellos eran letones. Esto abrió una brecha y un dolor entre los propios letones, que no podían olvidar que su vecino, amigo o compañero de trabajo… les había denunciado.
Creo que a este sitio hay que ir, para conocer la terrible historia de la Unión Soviética, del KGB, del comunismo sin derechos, de cómo pobres gentes inocentes murieron sin saber porqué.
En 1991, Letonia ingresó en la ONU, antes de la disolución de la Unión Soviética. En 2004, ingresó como miembro de pleno derecho en la Unión Europea.