La seducción reside en escribir para los náufragos con el fin de poder alcanzar momentos de belleza y felicidad. Los duendes son seres pequeños que tienen la condición de realizar cosas grandes y de crear un entorno digno para el ser humano, donde una planta insignificante, si es “admirada” por alguien- en lugar de pisotearla- , le confiere a la vida un matiz más inteligente, más divertido e incluso más seductor.
En los Valles de los Duendes la ecología no es un tema trascendental que lleve a una frivolidad pintoresca. Como en una pintura de Barceló todo es rustico con trazos simples y frágiles para así narrar visualmente historias inteligibles. Hay momentos en los que hay tantas historias bullendo en la cabeza que a veces uno no consigue quedarse con ninguna. Cuando paseas junto a un duende todas esas historias comienzan a tener un cierto orden, una imagen visual te ayuda a trabajar y pensar en algo en concreto, sin contaminantes a tu alrededor.
Son los “duendes” de Marzo, como en el flamenco, los que con su presencia crean esas pequeñas obras maestras dotadas de una frescura e ingenuidad muy candente. Como en los hermosos sueños, los espacios de libertad son los territorios por donde corretean entre lo humano y lo fantástico. Los colores crean un ambiente amable y un lenguaje en sí mismo.
Siempre es aconsejable en momentos de incertidumbre alejarse por un momento del ruido que produce este silencio actual y perderse por esos valles para reflexionar- pensar detenidamente- y valorar lo que tienes a tu alrededor sin ningún tipo de reglas establecidas.
Para la sociedad virtual que se nos viene encima ese es el mejor antídoto. Sin pros ni contras reivindicas tu aspecto individual que posteriormente podrás desarrollar cuando vuelvas a tu núcleo social. Si hay algo muy claro en todo esto es que quien más tiempo se pasa viviendo en una realidad virtual aprecia luego con mayor ímpetu la realidad física de cada día.
La Metamorfosis hace recobrar la memoria aunque físicamente no lo parezca.
Cuando un adulto ve cosas inexistentes, lo consideramos listo para que lo metan en un cuarto de paredes acolchadas. Cuando un niño dice que vio un duende en el dormitorio o un vampiro del otro lado de la ventana, nos limitamos a sonreír con indulgencia. «El resplandor» (1977), Stephen King
Ángel Fernández.