«Mongo Blanco» de Carlos Bardem. Plaza & Janés

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Quinto libro de Carlos Bardem donde nos presenta con duro detalle una novela basada en la vida de uno de los grandes negreros del siglo XIX nacido en Málaga: Pedro Blanco, que por extraño olvido, estaba desaparecido del conocimiento común de nuestra historia y que resultó ser brillante en el desarrollo del negocio más rentable de la época pero también el más atroz: la trata de seres humanos.

Resultaría muy entendible que este libro marque en cualquiera de nosotros “un antes y un después”. Para muchos puede destapar una parte de la historia desplazada al ostracismo posiblemente por el carácter infame que tuvo y por implicar a muchas personalidades e instituciones categorizadas como ilustres en nuestro país. La ausencia misteriosa de información histórica que nos dio una versión muy tendenciosa de nuestro pasado nos ha hecho esquivar la noción del soporte perverso subyacente de grandes y pequeñas fortunas de este país: un feroz esclavismo con la consiguiente trata de seres humanos principalmente secuestrados de África.

La novela de Carlos Bardem nos sumerge en la vida de Pedro Blanco Fernández de Trava, nacido en El Perchel, Málaga, y que por diversas vicisitudes en su vida acabó siendo uno de los tres grandes mongos junto a John Ormond y a Cha-Cha da Souza. Aclaremos que se denomina mongo a aquellos tratantes que se asentaban en África en las desembocaduras de grandes ríos de ese continente dispensando de esclavos a los barcos negreros procedentes generalmente de las colonias americanas y eran considerados como reyes de esos lugares. En el caso de Pedro Blanco, su localización fue en Lomboko, en la desembocadura del que denominaban el río Gallinas – actualmente río Moa- en un lugar entre las actuales Sierra Leona y Liberia. Para llegar hasta allí el autor nos traslada por diferentes épocas de su vida que con detalle nos va haciendo ver el cariz que va a adquiriendo la configuración de un monstruo de carne y hueso. Esos escenarios son en ocasiones licencias del autor y otras reales pero se agradece el cuidado detalle con que nos sumerge en la Málaga de esa época, en La Habana bulliciosa y comerciante así como en la Cuba terrateniente metiéndonos en el funcionamiento de un ingenio azucarero con persecución de cimarrones incluido.

(…) En los salones burgueses, en los palacios de los aristócratas y príncipes de la Santa Iglesia Católica, el argumento siempre era el mismo: los negros esclavizados por cristianos vivían mejor que como ateos y salvajes en libertad en África.

La historia está contada en primera persona porque el autor nos presenta al protagonista encerrado en un manicomio de Saint Gervasi, Barcelona, al final de su vida, afectado por sus tormentos psíquicos tratando de recuperar su memoria. Sus recuerdos nos narran la violencia estructural y sexual de una sociedad negrera que este personaje supo aprovechar para dar rienda suelta a sus ansias de abusivo dominio. ¿Cómo consigue el autor que el lector permanezca leyendo a pesar de las descripciones detalladas de tanta crudeza?

El Dr. Castells

Desde el comienzo de la obra, está presente la figura de este psiquiatra que trata de hacerle recordar constantemente todo lo que ha vivido en aras de una cura para su salud mental y de paso obtener información. Esto provoca a su vez un choque simbólico entre una racionalidad y humanidad moderna contra el pragmatismo y la realidad de la época. Una batalla dialéctica constante entre las posturas de lo que se llamó en nuestra historia: las ideas ilustradas -para el resto del mundo: iluminismoligada a la filantropía y el espíritu del positivismo frente a la locura del personaje que ve un mundo imposible de cambiar pero del que se puede beneficiar para sus pretensiones. Carlos Bardem nos ha querido dejar este doctor cuyas preguntas vendrían a representar las que le haríamos los propios lectores al Mongo Blanco y muchas de sus intervenciones, contraargumentos que le soltaríamos.

Los negreros de salón

El propio Carlos Bardem llega a romper una lanza por su personaje en sus entrevistas concedidas a los medios porque Pedro Blanco, exponía su vida y hacía todo lo que pocos querían hacer por salvar multitud de inversiones y de esperanzas económicas puestas en cada barco negrero. En la obra se llega a empatizar con el personaje en ciertos momentos porque el protagonista consigue defender su relato de huida de la miseria y porque logra desviar en ocasiones la culpabilidad hacia quienes no se manchaban con estas crueles empresas pero sin embargo se nutrían de ellas.

(…) El miedo que se me metió muy dentro cuando de niño vi entrar la miseria por la puerta de casa y salir la felicidad por las ventanas. (…) Si me hice amo y rey de otros hombres, si amasé una fortuna obscena, no fue odio o por vanidad. Eso llegó luego. Fue por miedo. (…)

Se llega a comprender que realmente él quería progresar y salir de su miseria ocupándose del trabajo sucio de todos aquellos que ponían su dinero en el negocio más rentable de su época; y este recorrido social de inversores en las participaciones de barcos negreros iba desde los pequeños ahorros de propietarios de colmados, modistas, zapateros… etc. hasta las grandes fortunas del país, la Casa Real –María Cristina de Borbón-Dos Sicilias- e incluso el Arzobispado de Toledo. En aquella época el lujo y los más exquisitos perfumes de las grandes fiestas de salón, tapaban con esplendor el hedor de este turbio negocio: pecunia non olet.

La banalidad del mal

Muy mencionado también por Carlos Bardem en sus entrevistas, hace referencia al término acuñado por Hannah Arendt en una obra surgida del seguimiento del juicio al nazi Adolf Eichmann, que refiere la desinsibilización de la crueldad de los que cumplen órdenes o acatan decisiones de sus superiores sin reflexionar sobre sus actos, en este caso secuestrando, humillando, violando y esclavizando a otros seres que venían de otra parte del mundo. Una deshumanización a la que contribuyó incluso el peso de la idea arraigada en esa moral cristiana de tener a los esclavos de esta manera bautizados y alejados de las barbaridades de sus tribus. En multitud de ocasiones la lectura hace de espejo que nos interroga sobre si seríamos en aquella época también ejecutores de un sistema tan establecido. El protagonista de hecho se burla del que ose pensar lo contrario porque nos cree a todos capaces de formar parte de todas aquellas injusticias de alguna u otra forma.

El Pablo Escobar de la trata

 Pedro Blanco supo leer los acontecimientos de su época: los movimientos abolicionistas consiguieron prohibir la trata -que no la esclavitud- en Gran Bretaña en este siglo XIX y comenzó a ser perseguida llegando a crear una flota para la persecución de los traficantes en el Atlántico: la West African Squadron. Esto benefició mucho a los negreros que vieron incrementado el precio de cada ser humano que lograban vender. La presión de esta escuadra fue cada vez mayor y el Mongo Blanco supo cómo adaptarse en una localización perfecta para esquivar esas naves británicas: un circuito de islotes complicados de navegar en Lomboko. Pero el mayor éxito estuvo en cambiar el sistema de obtención de esclavos. Hasta su puesta en marcha, los barcos tenían que situarse fondeando en las desembocaduras de los grandes ríos africanos y esperar las razias con la consiguiente pérdida de tiempo, aumento del coste y los peligros que hacían perder vidas por los conflictos creados en las esperas. Pedro Blanco sin embargo consigue crear en esos islotes de un gran delta, almacenes de seres humanos para que siempre surtieran esclavos y ser cargados con inmediatez. Para nutrir estos almacenes hizo un laborioso trabajo cruel que consistía en convencer a las tribus guerreras de estar en permanente guerra con otras tribus locales entre sí. En esas luchas se generaban esclavos que a su vez hacían llegar al malagueño. Para perpetuar aquella beligerancia se afanaba en donar en multitud de ocasiones lo que denominaban la Santa Trinidad: pólvora, mosquetes y ron. Cuanto más durasen las guerras, más bozales se obtendrían. A todo esto se suma que el Mongo Blanco supo utilizar una distribución de heliógrafos como señales lumínicas para avisar de los avistamientos de los barcos abolicionistas y comunicarse mejor con los barcos compradores de esclavos.

El símil encontrado en la figura de Pablo Escobar resume las grandes actuaciones del protagonista de esta novela de aventuras carente de ingenuidad. Hasta que pudo alargar “su reinado”, llegó a hacerse rico y ayudó a muchas fortunas a ganar mucho dinero. Un dinero extraordinario movido por bancos en todo el mundo. Pero el propio protagonista vaticinaba el desenlace a medida que aumentó la presión sobre los traficantes y una posterior destrucción de Lomboko que a él no le cogería allí. Se puede prever el final que nos deja alguna sorpresa y se va dejando claro que se ayuda al lector a sacar una conclusión en cuanto a la desescalada del esclavismo que no es otra que preguntarse qué ocurrirá cuando esos esclavos se conviertan en ciudadanos, cuando se prohíban prácticas inhumanas ¿quién seguirá haciendo los trabajos más duros de la sociedad? La solución nos la da la historia hasta nuestros días y quizás tenga que ver con dos circunstancias: la imposibilidad de acabar de facto con la esclavitud y el nacimiento de una clase trabajadora esclavizada.

 Alejandro Lázaro Almorox

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