Por Ángel Fernández.
“La guerra solo se puede contar a través de los que sufren”. Estas palabras fueron pronunciadas por Robert Capa, uno de los mejores fotoreporteros de guerra que hayan existido poco antes de morir al pisar una mina en Vietnam.
Se sabe que los conflictos bélicos no se desarrollan solo en los campos de batalla, la guerra donde mejor se manifiesta es el rostro de los soldados, en el sufrimiento de los niños, en la familia famélica comiendo los restos de un caballo. Los que la han vivido ya sea en Vietnam, Stalingrado, Berlín, Normandía,..reflejan en su cara el cansancio y el horror, ellos son la guerra.
Existen muchos clásicos del cine bélico donde se refleja el verdadero rostro de la guerra.
Desde dos clásicos como “Apocalypse Now” dirigida por Francis Ford Coppola y “La Chaqueta Metálica” de Stanley Kubrick, hasta otros esenciales como “Masacre: Ven y mira” dirigida por Elem Klimo, el cine ha expresado el horror en quien la sufre.
“Stalingrado “de Fiódor Bondarchuk , “La vida y nada más” dirigida por Bertrand Tavernier son dos ejemplos de la vuelta del cine bélico de calidad a las salas de cine alejándose de bodrios de la misma época como “Rambo” y demás basura. Estos filmes supusieron el inicio de una nueva corriente que alcanzaron su cumbre con títulos como “La lista de Schindler”,de Spielberg.
En el cine bélico siempre hay personajes recurrentes. En películas como “Uno Rojo, división de choque “de Samuel Fulle, son los soldados los que sufren los experimentos de los mandos, soldados expuestos al combate en colinas lejos de las asépticas tiendas de los oficiales. La guerra la hacen ellos. Durante todo el recorrido de estas películas se ahonda en sus obsesiones, en las ganas de volver a casa, en sobrevivir. Si eran capaces de volver sanos y salvos se llegaban a considerar inmortales.
Otro de los clásicos de este tipo de cine es “El cazador”. Dirigida por Michael Cimino, en este filme se narran las consecuencias de la guerra de Vietnam en un grupo de amigos que vuelven – los que vuelven- a casa desmembrados mentalmente. El cine describe a los que vuelven: nunca serán los mismos que se fueron. En “Nacido el 4 de julio” de Oliver Stone se refleja claramente que la guerra deja heridas interiores difíciles de curar.
Tavernier en “La vida y nada más” recrea en una escena a un labrador arando que encuentra un Obús dos años después de dar por terminada la guerra. Está claro que los que vuelven tienen el alma llena de obuses que pueden estallar en cualquier momento.
“Soy novato y aquí no importan los novatos”: Platoon de Oliver Stone marca la diferencia abismal entre novatos y veteranos. Un novato deja de ser un novato en el momento que entra en combate es cuando comienza a añadir muescas en su fusil y en su propia alma.
Otro de los grandes hándicaps de la guerra es la soledad. Los que han estado en combate lo tienen muy claro; ellos han visto los muertos. “Lo peor de la batalla es que siempre te sientes solo, solamente encuentras cuerpos a tu alrededor” declara un soldado en “Uno Rojo, división de choque”.
Los Mandos.
En la guerra hay unos personajes que reciben este nombre, son los que colocan las piezas. Los hay que piensan en números y otros en personas. En “La vida y nada más” hay una escena donde un sargento, presenciando el desfile de la victoria en homenaje hacia el soldado desconocido declara: “Calcule que en las mismas condiciones el desfile de los muertos de esta locura hubiese durado once días y once noches, no tres horas”. En “Senderos de Gloria” de Stanley Kubrick (prohibida en España durante treinta años después de su estreno) un oficial quiere ganarse el ascenso a toda costa y para eso no duda en mandar a sus hombres al matadero en una operación absurda a sabiendas de que el enemigo los triturara, “naturalmente tendrán que morir algunos” es su reflexión.
En Patton, de Franklin J. Schaffner el pensamiento de los mandos es conciso, “ningún bastardo gano una guerra muriendo por su patria, la gano haciendo que otros bastardos murieran por ella”.
En Senderos de Gloria un oficial se defiende de la siguiente manera; “La orden es atacar, no podemos dejar que los soldados decidan si una orden es posible o no, la única probabilidad de que era imposible seria sus cadáveres en las trincheras”.
Si hay una frase que resume la prepotencia y arrogancia de los mandos es la del sargento instructor en “La Chaqueta Metálica”, un loco de armas tomar, “el mundo libre vencerá al comunismo con la ayuda de Dios y unos pocos marines. A Dios se le pone dura con los marines, porque matamos a todo bicho viviente. Él juega a lo suyo y nosotros a lo nuestro. Y para demostrarle nuestra infinita gratitud le llenamos el cielo de almas hasta los topes. Dios ya existía antes que el cuerpo de marines. Así que el corazón se lo podéis dar a Cristo pero el culo pertenece al cuerpo de marines”. Con dos cojones.
Otros se lo toman con más tranquilidad. En “ La cruz de Hierro”,dirigida por Sam Peckinpah, el sargento Steiner diserta sobre los mandos. “Creen que porque sean más compresivos les detesto menos, odio a todos los oficiales por igual”.
Existen también los locos y victimas, como Pedazo de Animal en “La Chaqueta Metálica”. Uno de sus compañeros lo describe así: “No te lo vas a creer pero es uno de los mejores del mundo bajo el fuego. Solo necesita un tipo que le este tirando granadas durante el resto de su vida”. Hay otro loco de esos interpretado por Robert Duvall en “Apocalypse Now”. Mientras varios de sus hombres hacen surf y tres cazas de combate bombardean la selva con napalm afirma, “hueles eso muchacho, lo hueles, Es napalm. Nada en el mundo huele así, que delicia el olor a napalm por la mañana. Un día bombardeamos una colina y cuando todo acabo subimos. No encontramos ni un solo cadáver de esos chinos de mierda¸ que pestazo a gasolina quemada…aquella colina olía a…victoria”.
Entre todas las victimas el cine siempre ha preferido a los niños para demostrar hasta qué punto la guerra no tiene piedad con los débiles. En “Masacre: Ven y mira”, o en “El Imperio del Sol” la guerra vista por lo niños resulta mucha más terrorífica. No solo pierden la inocencia, también pueden llegar hasta perder el sentido del dolor. Al final los niños se convierten todos en sobrevivientes. Demuestran que el ser humano es capaz de sobrevivir a cualquier dolor. Todos los niños dejan de ser niños y sus juegos ya son los de un niño normal.
Como a los soldados, los niños podrán sobrevivir y volver a casa pero ya nada ni nadie será lo mismo.