Carta a los patriotas de VOX, y otros

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 Por Ángel Fernández.

 Me llamo Ángel Fernández (en la foto de arriba, el de la derecha, el que no lleva la boina sobre la cabeza). Durante 18 meses de mi vida serví a mi país por 900 pesetas al mes en el cuerpo de Infantería de Marina. Fueron tiempos muy duros donde me anularon mi capacidad de decidir, me pusieron un número y me explicaron (no enseñaron) que había que defender a la patria por encima de todo. Sé que muchos de vosotros aun no habíais nacido, otros estabais comenzando la vida. También, seguramente, otros llevabais galones y estrellas en la hombrera en ese tiempo. A vosotros si os conocí.

La historia era muy simple. En un principio nos enviaban a un lugar que llamaban “centro de instrucción” o “campamento”, es igual. En mi caso fue Cartagena, si, la misma Cartagena de Pérez Reverte. Lo primero que nos hacían era raparnos el pelo a todos, lo que es lo mismo que quitarnos la identidad (quien lo iba a decir ahora). A continuación te llevaban a tu barracón, una litera, y punto. Recuerdo que las primeras noches solo oía lamentos a mí alrededor, lloros, (yo lo llevaba mejor, seis años en un seminario te dan esa experiencia), esas cosas nocturnas que suceden en los barracones. Había días que cuando tocaban diana alguien ya no se lamentaba. Eran algo habitual los suicidios  Como también se convirtió en costumbre preguntarte a ver que se te daba bien. Si eras camarero, a servir a los oficiales (o suboficiales) a su bar, la cantina de soldados también era otro destino. Se te daba bien la mecánica, pues tenias que repararle el coche al brigada, si tu afición era la pintura, no te preocupes, el comandante tenía un piso que alicatar. Esto era lo normal.

También los ejercicios de tiro, la instrucción en formación, como hacen los chinos y norcoreanos (que cosa más absurda) que quedaba muy bien estéticamente el día de la jura de bandera. El caso es que fue un mes de lo más gratificante, todo por ESPAÑA.

A mi posteriormente me enviaron a San Fernando, Cádiz. Con otros cinco pringados como yo llegamos una noche a ese lugar tan emblemático de la Infantería de Marina Española. Era como entrar en el infierno. Esa noche nunca la voy a olvidar, pero tampoco voy a contar nada, os voy a ahorrar el sufrimiento, ya sabéis, todo por ESPAÑA.

Pasaron unos días. Una mañana, a los mismos pringaos que llegamos a ese tugurio, nos enviaron a la base Norteamericana de Rota, al Dédalo. También era de noche, había mucho movimiento de tropas yanquis, algo en Libia, no recuerdo bien. Lo que sí recuerdo perfectamente fue el recibimiento: todos en pelotas y a reptar por debajo de las camaretas evitando, si podías, esas putas cucarachas marrones. El patriota que ha estado ahí sabe de lo que hablo.

Durante ocho meses, más o menos, serví a la patria en ese lugar. El siguiente destino fue Madrid, la UNIR ( Unidad de intervención rápida), que no se si lo seria, pues el tiempo se ralentizaba día a día.

De la UNIR (la foto es en unas maniobras) os podría contar multitud de historias, pero mejor lo dejamos para otro momento. Solo deciros que aquí fue donde definitivamente dejamos de ser jóvenes y nos convertimos- convirtieron- en lo peor que nos podíamos imaginar. Fue en ese momento cuando me di cuenta que la música no tenía nada que ver con la música militar, donde el ejercicio de la razón no tenía ninguna relación con el ejército, comprendí que ser un patriota no tenía absolutamente nada que ver con las banderas.

Puede que para vosotros os resulte raro, quizá por desconocimiento, pero a muchos de nosotros (no a todos) nos marco definitivamente. Nos dimos cuenta quien cojones era el verdadero patriota: no el coronel que vivía a cuerpo de rey en sus aposentos, no el brigada que desviaba fondos del comedor para supermercados y puticlubs, no el capitán hijo de general que se disfrazaba de drag queen en las noches de Chueca, o el cabo rompeterrones, el mismo que me metió los últimos dos meses en un calabozo por no hacerle el saludo militar (y un par de hostias, todo hay que decirlo). Lo habéis adivinado, ¿no?.

Los patriotas fuimos todos esos jóvenes que altruistamente dimos una parte de nuestra vida por “servir” a nuestro país recibiendo a cambio una libreta a la que se llamaba “blanca” (por el color) que muchos de nosotros quemamos nada más salir de ese infierno.

Y claro, salir de ese infierno no supuso “asaltar los cielos” como dicen los universitarios de la Complu. Que va, todavía quedaba lo mejor.

 El que había dejado los estudios universitarios al final acabo en la UNED, el que volvió a su pueblo cogió el tractor y se convirtió en agricultor, el pescadero lo mismo, el mecánico monto su taller, el camarero abrió su bar, todos a buscarse la vida.

Estamos hablando de los años 80. De esos días a hoy todos estos patriotas han llevado adelante sus negocios, han cotizado y pagado impuestos, se han hecho un poco más mayores pero puedo asegurar que tienen una idea muy clara: para ellos las banderas no significan nada, pues vieron que lo único que les unía- y les une- es la amistad, el compañerismo, y al final es por lo único que merece la pena luchar.

Espero que esto os sirva tanto a unos y otros para saber quienes han sido, y son, los patriotas en este país llamado España.