Por Ángel Fernández.
«Bruce Chatwin entrevistó a la arquitecta y diseñadora de 93 años Eileen Gray en su salón de París donde él advirtió que había un mapa de la Patagonia pintado por ella. «Siempre deseé ir allí» le dijo Bruce. «Yo también» le replicó ella, «Ve allí por mi». Se dispuso a partir casi inmediatamente hacia Sudamérica y cuando llegó allí cortó su relación laboral con un simple telegrama: «Me he ido a la Patagonia».
Estuvo seis meses allí, un viaje a resultas del cual escribió el libro En la Patagonia (1977), que estableció su reputación como escritor de viajes. Más tarde, sin embargo, algunos residentes de la región contradijeron los eventos descritos en el libro. Fue la primera vez, pero no la última en su carrera, en la que se le acusaba de que conversaciones y personajes que Chatwin citaba como verdaderos eran simplemente ficción.»
https://es.wikipedia.org/wiki/Bruce_Chatwin
El lector disfrutara a continuación del relato, que sesenta años después, escribió un viajero siguiendo las huellas de este gran escritor por la tierra del fin del mundo.
Por Ángel Fernández.
Provincia de Buenos Aires
Si hay algo que es muy difícil de evitar es contar el innumerable número de reses que pastan por las interminables llanuras de este inmenso país. Según se narra en la revista de septiembre del Instituto Cultural de Bahia Blanca un fenómeno sobrenatural tiene en vilo a la población Gaucha, le han llamado “La abducción del cuatrero Hilton”. Miles de cabezas bovinas y ovinas han desaparecido sin dejar evidencia alguna. Al mismo tiempo, cierta cooperativa de cárnicos sacrificaba 800 vacas diarias y 60.000 mensuales entre ganado bovino y ovino. La duda de los habitantes es si tal fenómeno, “La abducción del cuatrero Hilton”, tiene mas que ver con la aparición de ovnis en la zona- y juro que por la belleza del paisaje bien pudiera ser- que por la actividad de dicha cooperativa. Y es que aquí todo se mueve alrededor de los pastizales y de los animales que de ellos se benefician.
De Buenos Aires a Bahia Blanca los kilómetros se pueden hacer interminables, las estancias ganaderas innumerables y los hombres a veces hasta invisibles, lo cual creo que en fondo es la mayor cualidad de los gauchos argentinos. Están imperturbables y a la vez, a su manera, arraigados a su trabajo en la tierra, esa tierra que no paran de admirar aunque en ello les vaya su propia existencia. Pero empecemos por el principio.
Son las nueve de la mañana -hora argentina- cuando aterrizamos en el aeropuerto de Buenos Aires. El vuelo no ha sido agradable –me reservo mi opinión sobre Aireuropa, sus tarifas hacia latinoamerica, la calidad del servicio y el estado de las aeronaves. En la terminal de llegadas culturas de diversos países se mezclan frente a los controles de migración. No faltan los individuos con su indumentaria sionista, comunidad muy asentada entre la sociedad argentina.
Me llaman la atención los miembros de la policía, en muchos casos mujeres de escasa estatura. Y también las conversaciones de algunos oficiales masculinos sobre la actividad de las barras bravas, y no de manera negativa, en fin, carácter argentino.
Después de realizar todos los trámites salimos al exterior. Se notaba en el ambiente la humedad de esta época. Al instante tomamos ruta hacia Bahía Blanca. Teníamos 689 kilómetros por delante. Nos dirigíamos al primer enclave del viaje que Bruce Chatwin realizo 60 años atrás.
La descripción del paisaje apenas varia del la que hizo el británico en el pasado: trigales interminables, arroyos ocasionales llenos de sauces y carrizos de la pampa, álamos y eucaliptos, casas de estancias al fondo de caminos que nos encontrábamos a ambos lado de la carretera. También los típicos “Asaditos”, lugares muy humildes donde te preparan las mejores carnes que he comido en los últimos años, y a precio de menú. Y es que esa es un de las características de aca, los ganados pastan a sus anchas y los hombres los asan con maestría.
A las cuatro horas nos detuvimos en un pueblo llamado Chillar. Aquí tuve la oportunidad de mantener una conversación muy interesante con Antonio Masso, de 78 años, descendiente de emigrados alemanes. Hablamos durante un buen rato sobre los precios de las hectáreas, el gobierno de la Kisner- es pedagógico la descripción que algunos argentinos hacen de esta mujer- , la locura de Hitler. Muy educativa y variada la conversación.
Continuamos el camino y la noche se nos echo encima. Sobre las once entramos en Bahía Blanca, la última ciudad importante antes de adentrarse en la Panpa propiamente dicha. La ciudad se asemeja a las típicas localidades de la llanura norteamericana: la disposición de sus calles, la situación de los semáforos, los letreros indicativos. Y por otro lado tiene un carácter muy europeo por los rasgos culturales de alguno de sus edificios, el carácter de su gente y la intelectualidad que se reflejaba en el ambiente. Pero sobre todo lo que más refleja es que es Argentina.
Esta primera noche hemos dormido en casa de Horacio, un fotógrafo de la localidad que alquila habitaciones humildes – se duerme en el suelo- a buen precio y en un entorno artístico, como decirlo, al borde de la quiebra. Eso si, la wifi funciona de maravilla, y esto si que es muy diferente a la época de Chatwin. A las 02.00 decido apagar el ordenador y meterme en el saco de dormir. Once mil kilómetros atrás y 24 horas sin pegar ojo son suficientes para alguien curtido pero que ya no es un chaval.
Vaca Muerta y El Proyecto Dino
Esta mañana decidimos partir hacia Neuquen, capital económica de la región de Rio Negro. Por delante tenemos 543 kilómetros, así son las distancias en este apartado lugar del planeta. Hemos decidido realizar esta ruta y no seguir la original que Chatwin describe en su libro. La zona atlántica de Rio Negro, que fue la que tomo Chatwin, la dejaremos para el camino de vuelta. Entre Bariloche y Esquel retomaremos en camino del Inglès.
Después de llenar el tanque de combustible enfilamos una carretera de rectas kilométricas. La monotonía del paisaje es bestial, aquí te empiezas a sentir verdaderamente insignificante. Solamente la línea eléctrica que trascurre al borde de la carretera y el cruce ocasional con algún camión en sentido contrario te recuerdan que aquí también habita el hombre.
Desde la ventanilla del coche pude divisar una línea férrea que en un principio me pareció en desuso. Posteriormente, de cerca, descubres que los rieles mantienen el brillo del contacto frecuente con las ruedas del tren. Aquí en La Patagonia, casi todo el trasporte de mercancías se lleva a cabo a bordo de inmensos camiones. De alguna manera el petróleo lo mueve todo.
Cerca de la línea férrea me llama la atención un pequeño montículo donde se homenajea a un joven muerto en un accidente de bicicleta. Al lado de su fotografía hay una del Che.
Un par de horas después atravesamos Villa Regina. Toneladas y toneladas de fruta salen de los alrededores de esta ciudad con destino a los principales mercados del mundo. Se empieza a notar la cercanía de Neuquen. Hacemos un alto en uno de los numerosos puestos de fruta que se sitúan a ambos lado de la Ruta 22. Una joven, su hermano y su padre dormitan detrás de los montones de fruta. Hoy juega Argentina, la conversación versa sobre la religión nacional del país y su santo padre Maradona. Les pregunte que opinaban sobre la victoria de Donald Trump en las elecciones norteamericanas.
-Esperemos que dure poco, ese boludo es capaz de cualquier cosa- respondió el padre con sarcasmo.
Nos despedimos deseándoles buena suerte. Esa noche Argentina perdió 3 a 0 contra Brasil.
Sobre las seis de la tarde llegamos a las afueras de Neuquen. Tomamos dirección Cinco Saltos hacia la región de “Vaca Muerta” donde un grupo de paleontólogos luchan coco con codo por preservar una de los yacimientos de dinosaurios más importantes de América del Sur al cual llaman Proyecto Dino.
Poco a poco nos fuimos adentrando en territorio Mapuche. Guiado por un mapa y tentando un poco a la suerte – los indicadores de dirección o bien no existen o son del todo erróneos – con los últimos rayos de sol llegamos a las excavaciones.
En la entrada, un hombre y una mujer preparaban las ascuas para realizar un asado. José, mi compañero de fatigas en este viaje, se presento educadamente y les indico nuestra intención de visitar las excavaciones disculpándose de lo inoportuno que suponía hacerlo a horas tan tardías.
Juan -así se llamaba el hombre- se mostro en principio receloso pero accedió invitándonos a seguirle. El lugar se encontraba situado a orillas del Lago Barriales, uno de los numerosos lagos que el estado Argentino ha creado artificialmente para la generación de energía hidroeléctrica.
Dos hangares semicirculares encerraban los hallazgos paleontológicos. Uno de ellos era el lugar de trabajo de Jorge Calvo, alma mater de este proyecto. El otro, un espacio reservado para la visita de los escasos turistas que se acercaban hasta este recóndito lugar.
El sitio denotaba una cierta decadencia que más tarde, en conversación con Juan, comprendimos a que se debía.
Juan nos explico que las excavaciones tuvieron su mejor momento en años pasados. Actualmente la financiación es nula. La frustración de que el sitio paleontológico se encontrara en Vaca Muerta, donde YPF (yacimientos petrolíferos fiscales) produce millones de metros cúbicos de gas al igual que innumerables (este término es el adecuado pues en el fondo nadie sabe la riqueza en dólares contantes y sonantes que se embolsa la elite Argentina – Cristina Elisabet Fernández de Kirchner es propietaria de una petrolera entre otras más empresas energéticas -) barriles de petróleo y no recibiera ni un dólar de subvención por parte de YPF era palpable en las palabras de Juan. Si además a esto le sumamos el conflicto de intereses que se han creado en las distintas tribus Mapuches – que se consideran los propietarios de estas tierras y por lo que reciben numerosas prebendas como acceder a puestos de trabajo antes que otros habitantes de esta región de Rio Negro- la solución al yacimiento no tiene visos de llegar a buen puerto.
A la conversación con Juan y su compañera de trabajo Silvina se unió Juan, un joven trabajador de la potabilizadora de agua que YPF mantiene en Loma de la Lata. Después de un par de botellas de vino con sus correspondientes cortes de cecina y chorizo dimos por terminada la reunión. Le sugerí a Juan si era posible dormir en alguno de los barracones destinados a los estudiantes que vienen a realizar prácticas. Juan no puso ningún impedimento. La luna se reflejaba sobre las aguas del Lago. Un punto en el espacio se movía a gran velocidad. Pensé en el meteorito que extermino a estos increíbles seres llamados dinosaurios. Al fondo, en la orilla derecha del lago, la chimenea de un pozo de gas emitía destellos amarillos. Con nosotros no haría falta un meteorito, nuestro destino ya estaba escrito .
La Patagonia es una amante exigente.
“La Patagonia es un amante exigente. Te embruja. Es una hechicera. Te atrapa en sus brazos y no te suelta.” Bruce Chatwin.
Quedaba aun una hora larga para que amaneciera. La noche había sido fría. Durante una hora permanecí en el saco de dormir. Eran más o menos las ocho cuando desayunamos un café y un poco de mate. Juan nos ofreció unas tortas caseras de sabor muy agradable. Visitamos de nuevo la excavación, ahora si con una buena iluminación natural. Una inmensa tarántula disecada imponía su presencia en una zona del hangar. Media hora después nos despedimos de Juan y Silvina. Tomamos en camino de vuelta hacia Neuquen conduciendo por pistas polvorientas entre pozos de extracción de gas. Atrás íbamos dejando Vaca Muerta, el nuevo dorado Argentino si no fuera porque explotar recursos energéticos a más de 1.500 de profundidad no sale muy rentable.
Después de atravesar Neuquen nos dirigimos hacia Bariloche y la cordillera de los Andes.
En el trayecto realizamos dos paradas. La primera en Chocon, donde existe un museo con los restos del dinosaurio carnívoro más grande del mundo encontrado hasta este momento. Grupos de escolares visitaban las instalaciones. La segunda parada la efectuamos en Piedra Águila, un lugar en medio de la nada y sin importancia alguna.
Mientras andábamos el camino el paisaje se trasformaba de la llanura patagónica al típico paisaje andino: lagos, montañas con las cimas cubiertas de nieve, bosques de coníferas,…
El día pasó sin más. Sobre las seis de la tarde entramos en Bariloche, ciudad demasiado turística para mi gusto. La intención es dormir las suficientes horas para poder continuar el camino hacia el sur.
Sobre las diez descansaba por primera vez después de cuatro días en una cama de verdad. Escrute la ruta del día siguiente. Partiríamos hacia Esquel haciendo paradas en El Bolson (que nada tiene que ver con la comarca del Señor de los Anillos), Epuyén y Cholila. Estos dos últimos lugares fueron punto de parada en el viaje de Bruce Chatwin.
La Ruta hacia Chubut.
Después de un copioso desayuno abandonamos Bariloche y nos dirigimos hacia Esquel. La mañana esta fría y amenaza con lluvia. Hacia el sur el tiempo predice que mejora.
Conducimos bordeando lagos de aguas oscuras encajonados entre montañas imponentes. Resulta muy difícil prestar atención a la conducción así que nos alternamos al volante para poder disfrutar de las vistas. En la ruta el número de ciclistas va en aumento. No es de extrañar que sea una ruta tan frecuentada: el firme de la carretera está en idóneas condiciones y las cuestas no son demasiado empinadas.
Esta ruta tiene el nombre de los siete lagos o Ruta 40. Más allá de los bosques de coníferas las nubes crean siluetas inquietantes. Es difícil definir con palabras la sensación de libertad que se siente en este lugar. Los hombres tendemos a magnificar las situaciones que nos abruman, aquellas que nos hacen sentir insignificantes. Quizá para el que vive en este lugar le sea pura rutina, cotidiano. Para un viajero es totalmente diferente, sorprendente. Así debe de ser, sorprendente.
Poco antes de las doce de la mañana llegamos a El Bolsón. Tomamos una pista de tierra y ascendimos por la ladera de una montaña en busca del Bosque Tallado. Unos años atrás un incendio devoro una parte de los arboles que se precipitan por la ladera de la montaña. Unos artistas tomaron la iniciativa de crear conciencia de ello y crearon este bosque mágico. Una ascensión de una hora te introduce de lleno en la magia de la escultura sobre madera. Sobre la base de los troncos de los árboles quemados lo artistas han creado un mundo de mitos y leyendas, de animales mitológicos y antiguos ancestros de esta tierra. El lugar es accesible pero no del todo por lo que se puede visitar y disfrutar en una extraña soledad. Las esculturas toman sus raíces del suelo rocoso y resaltan sobre el fondo de las montañas nevadas. Por un momento pienso que están en el lugar adecuado, no en un museo ni una sala de exposiciones, aquí, donde nace, vive y muere la madera es su lugar.
Decidimos seguir nuestro camino hacia Epuyen. Esta pequeña población apenas era una calle de barro cuando Chatwin la visito 60 años atrás. De aquellas solo había gauchos a caballo que se emborrachaban en la única tienda que había en el lugar. El propietario era un tal Natiane. En el libro “En la Patagonia” Chatwin lo nombra como Naitane erróneamente, según me confirmo Héctor Barria, un hombre que encontré a la entrada de un mercado Mapuche. Lo que antaño era la tienda para todo: comprar, comer, dormir, beber, fornicar, … del señor Natiane hoy en día es una ferretería escondida detrás de un árbol llorón. Ha sido la primera vez que me he emocionado en este viaje, el primer contacto con la historia de este libro que lleva conmigo más de 20 años.
Lo mejor del día estaba por llegar. Cerca de Epuyen se encuentra la localidad de Cholila. Esto es puro aislamiento patagónico. Cholila fue el refugio de los pistoleros americanos Butch Cassidy y Sundance Kid. Ambos, acompañados por la compañera de este ultimo Etta Place –mujer de armas tomar- buscaron en la Patagonia el refugio adecuado después de sus andanzas en el loco oeste americano.
A la entrada de Cholila preguntamos a un joven si conocía el lugar donde los pistoleros construyeron sus cabañas. Ermes regentaba la verdulería “Olivia”. Amablemente nos indico el camino.
La estancia de Cassidy y Kid se encuentra situada al lado de un arroyo. Se conservan cuatro cabañas de las cuales, dos tienen aspecto de no haber sido restauradas desde su construcción. En su interior es difícil no sentir cierta simpatía por estos forajidos. La de leyendas que encierran estas paredes de troncos. El lugar está completamente desolado, un viejo árbol preside la parte exterior. En la parte superior una gran rama se retuerce formando un arco. José me comenta que más de un cuerpo pudo balancearse aquí en el pasado.
Abandonamos el lugar satisfechos de haber vivido un momento único en nuestras vidas. Cerca de la entrada un coche detuvo su marcha. Al volante un hombre entrado en años nos solicito atención con su mirada. Su nombre era José Said Daher, nieto de Simon Daher, de ascendencia Libanesa. Nos invito a conocer su casa, apenas a unos metros del lugar. El viejo caserón encerraba un pequeño museo familiar. Durante dos generaciones el lugar ejerció labores de parada de postas. Se vendía gasolina, alimentos, bebidas, incluso los primeros automóviles de la zona. Ahora estaba en alquiler pero la situación en Argentina no está para bromas y tampoco se ven muchos viajeros por estos lares.
Nos despedimos con un apretón de manos y partimos hacia Esquel.
Era de noche cuando llegamos a esta pequeña ciudad del Chubut. Aparcamos el vehículo al lado de un kiosco y preguntamos al dueño por un lugar para alojarnos. Nos recomendó unas cabañas anexas a su negocio. Las regentaba un Gales y su mujer. El precio era económico y las cabañas confortables. Decidimos quedarnos.
Esa noche cenamos en una Parrilla cercana. Pedí un poco de pescado para cenar harto ya de tanta carne. Tengo que reconocer que la carne Argentina es excelente y muy natural. No puedo decir lo mismo de la variedad de platos y del servicio en ciertos lugares. Este era uno de ellos.
De Milton Evans a la tierra de los Hahn.
El viento resoplaba violentamente esta mañana. En ningún momento se me había pasado por la cabeza lo que el día nos iba a deparar.
Después de desayunar emprendimos camino a Trevelin. El camarero nos sugirió que quizá el bar que mencionaba Chatwin en el libro donde se servían tragos en jarras con forma de pingüino fuera El Argentino.
-Cuatro cuadras más arriba y giran a la derecha- nos indico.
Era domingo, permanecía cerrado. José se acerco a un negocio pegado al local para preguntar si el dueño vivía cerca de allí. La respuesta fue una negativa con la cabeza. José insistió pero el hombre que regentaba el negocio no tenia buena relación con el dueño y la conversación termino ahí.
Decidimos continuar hacia Trevelin, la tierra de los Galeses. Saliendo de la ciudad nos topamos con tres Gauchos a caballo. Siguiendo la intuición de José paramos el coche a su altura y les preguntamos si nos permitían tomarles una fotografía.
-Dele amigo, no hay problema- fue la respuesta del mas altivo de ellos.
Nos comentaron que se dirigían a una Jinetada que se celebraba a las afueras de Esquel. No lo dudamos ni un segundo.
En una campa abierta rodeada de sauces un cercado enmarcaba la zona de competición. Había puestos de papas fritas alrededor y una cantina al fondo. La mañana avanzaba entre música argentina mezclada con la voz del animador de la Jinetada. El ambiente era puro Gaucho con los presentes mostrando sus mejores galas, así de claro.
Se notaba en el ambiente que la gente quería disfrutar. Muchos gauchos tomaban tragos de Quilmes como quien se toma un café.
Una hora mas tarde tiraba de la cuerda que balanceaba la campana que hacia las funciones de timbre en la finca del legendario John Evans en Trevelin. Después de insistir varias veces una mujer surgió al fondo de la finca. Era la hija de Milton Evans, nieta de John Evans.
Después de presentarnos y explicarle el motivo de nuestra visita mantuvimos una conversación que ninguno de los presentes olvidaremos jamás. Su elocuencia e inteligencia nos cautivo. Escuchamos durante minutos la historia de su familia, los recuerdos sobre Chatwin, el agradecimiento de su abuelo hacia su caballo Malacara. Especialmente fue muy interesante la información que nos brindo sobre los Maragatinos – si, nosotros, Los Maragatos que arribamos a Argentina y vencimos con nuestra astucia a las tropas Brasileñas que intentaron invadir Argentina por el Sur (que decir que en ese momento muchos pensamientos pasaron por mi cabeza, hasta de orgullo). Nos invito a que volviéramos por la tarde. Le dijimos que teníamos que continuar camino hacia Rio Pico. Lo entendió.
Antes de partir visitamos la tumba del caballo de su Abuelo. Esta se situaba a los pies de un enorme árbol. Como rezaban los carteles escritos sobre madera que colgaban de algunos árboles de la finca aquí la naturaleza está trabajando.
Camino de nuevo hacia Esquel para tomar la Ruta 40 que nos llevaría a Rio Pico reflexione sobre las palabras de Clery- ese era el nombre de la nieta de John Evans-. Puede ser cierto que Bruce Chatwin novelase en exceso su libro, inclusive puede ser que alguna historia se la inventase. Lo cierto es que un hombre parco en palabras, como Clery lo definió, vivió una situación excepcional en este lugar, se documento, escucho, aprendió, y después escribió, quizá, uno de los mejores libros sobre la Patagonia que jamás nadie haya escrito.
Durante dos horas conducimos bajo un viento lateral con una fuerza descomunal. El terreno era árido y la línea del horizonte se convertía en muchas ocasiones en un espejismo.
Llegamos a Rio Pico sobre las seis de la tarde. En un control policial a la entrada del pueblo un agente luchaba por mantener el equilibrio entre las incesantes rachas de viento. Nos solicito la documentación con cortesía dándonos información precisa sobre Rio Pico.
Ya en el pueblo localizamos el alojamiento del Vasco Kito, un hombre excepcional, de unos valores de los que ya no abundan. Lo definiría como la persona más agradable que he conocido en mucho, pero mucho, tiempo.
Kito pasaría toda la tarde con nosotros. Al primer lugar donde nos llevo fue a la actual casa de Reinaldo Hand, nieto de Eduardo Hand, fundador de la colonia Nueva Alemania.
Reinaldo actualmente vive solo, es un hombre mayor y muy cordial. Muy mocotonudo, como dicen aca. Permanecimos atentos escuchando sus palabras, a veces entrecortadas. Creo que de alguna manera se emociono recordando los viejos tiempos. Nos pregunto si volveríamos al día siguiente a lo que le respondí que no sabíamos.
En su libro Chatwin menciona más al tío de Reinaldo Anton Hand que ha su hermano. Con el mantiene conversaciones sobre la decadencia de occidente, la Gran Guerra, el loco Ludwig. Pero fue su prima quien le explico la relación de la familia Hand con los forajidos Wilson y Evans.
Esta tarde hemos visitado la antigua hacienda de los Hand, el cementerio de la familia en lo alto de una loma. También el lugar donde los forajidos fueron enterrados por los ancestros de la familia después de ser asesinados y decapitados-sus cabezas valían cinco mil dólares cada una- por la policía fronteriza, formada por verdaderos criminales.
En este punto es mejor dejarlo y esperar a mañana, creo que Reinaldo tiene algo que decir.
Lo que esperas esta ausente.
Lo que ha pasado ha huido
Lo que esperas está ausente
Pero el presente es tuyo
Durante toda la noche el viento ha barrido Rio Pico de extremo a extremo. Las láminas de metal que cubren la cabaña del vasco han estado tintineado durante toda la noche. Las temperaturas han bajado pero dentro se respira un ambiente cálido gracias al gas natural, que los Argentinos consumen con verdadera voracidad.
El día amanece con lluvia y vientos de 80 kilómetros por hora. Pensamos que lo mejor es partir hacia Perito Moreno pues para el sur la previsión del tiempo es de mejoría. Lo sentimos por Reinaldo Hand, hubiera sido interesante haber ahondado más en la relación de sus antepasados con los forajidos “norteamericanos” (así los llamaba la tía de Reinaldo) Wilson y Evans.
Nos despedimos de el Vasco Hito lamentando no poder quedar un día más para conocer los lagos cercanos a Rio Pico. Un abrazo y hasta siempre. Lo repito, un hombre excepcional.
En Gobernador costa paramos a cambiar moneda en el Banco de Chubut. Un empleado me presenta a el director del Banco. Su nombre es Miguel Lalaurri. De padre vasco y enamorado de España después de un viaje 12 años atrás. Charlamos un rato.
Una hora más tarde- así son los tramites bancarios en Argentina- enfilamos hacia Perito Moreno. Hicimos una parada en una zona de servicio abandonada unos siete años atrás- un joven nos lo confirmaría en una parada posterior- . “La florita”, rezaba un cartel doblado bruscamente por la acción del viento. En su momento debió de ser un lugar importante de parada para los camioneros y viajeros de la Ruta 40. Un lugar en medio de la nada.
A unos cuarenta kilómetros paramos a comer. Maxi nos atendió con extrema amabilidad. Regentaba “Los Tamariscos” siguiendo la labor de su abuela, fundadora de la estancia en 1938, una familia donde se cruzaba lo Español y Alemán. Nos sirvió un par de huevos fritos y unos bocaditos de jamón medio crudo. No tenía otra cosa.
En la parte posterior su abuela había creado un pequeño museo a lo largo de los años. Sobre las paredes innumerables puntas de flecha talladas sobre piedra, fotografías en blanco y negro de indios curtidos por el sol, revólveres, instrumentos musicales,… Todo un compendio de vida e historia (Faceboock, Los Tamariscos).
“He caminado todo el día y el siguiente. Carretera recta, gris, polvorienta, sin tráfico.
Viento implacable, que dificultaba la marcha. A veces oías un camión, estabas seguro que era un camión, pero era el viento. O el ruido del cambio de marcha, pero era el viento. A veces el viento sonaba como un camión vacio traqueteando sobre un puente. Incluso si un camión se hubiera acercado por atrás no lo habría oído. Y aunque hubieras tenido el viento a favor, éste habría silenciado el motor”
(En la Patagonia, Bruce Chatwin).
Y así, zarandeados por el viento llegamos a Perito Moreno, una pequeña ciudad a las puertas del Lago Buenos Aires. Desde este lugar Chatwin realizo varias rutas y visitas a estancias.
Una de ellas fue hasta el valle Huemules donde se encontraba una estancia con el mismo nombre administrada por la familia Menéndez Behety, una de las mayores criadores de ganado ovino en el Sur. Este valle se queda apartado de nuestra ruta prevista.
A Chatwin lo que realmente le interesaba era encontrar al famoso unicornio del padre Palacios. Para eso necesitaba caminar hasta Lago Posadas y preguntar por el cerro de los indios. Ese sería nuestro destino para mañana.
Ya atardecía cuando entramos en Los Antiguos, población a orillas del Lago. El frio era intenso y el viento había amainado. Nos alojamos en las Cabañas “Cerca del Lago”. José preparo la cena – unas excelentes patatas guisadas con carne-. Más tarde pase una velada con los encargados compartiendo mate. Durante más de tres horas conversamos sobre Chatwin, las ganas que tenían de viajar a Egipto y Grecia, la situación en Argentina y la educación de los hijos.
El Puma que devoro una Llama.
El sol iluminaba con sus primeros rayos las frías aguas del lago. El sabor amargo del café contrastaba con el dulzor de la mermelada de Rosa Mosqueta.
Decidimos adéntranos hacia la cordillera a pesar de que una bruma blanquecina presagiaba nieve en el camino. Ahora la ruta era de puro ripio (gravilla y tierra). Lago Posadas se encontraba a 120 kilómetros. En el camino nos encontraríamos con la estancia Paso Roballos. Cuando Chatwin la visito esta pertenecía a un canario de Tenerife, un hombre anciano con sus sueños ya perdidos.
El camino se torno cada vez más inseguro. Los primeros copos de nieve chocaban contra el parabrisas del coche. Grupos de Cóndores sobrevolaban los escasos grupos rebaños de ovejas Mi intención era continuar pero José me recomendó dar la vuelta. -Una retirada a tiempo es una victoria- comento.
Dimos la vuelta y regresamos de nuevo a Los Antiguos para dirigirnos a Perito Moreno.
Antes de llegar una estancia llamo nuestra atención. A lo lejos, un hombre corpulento apareció en la puerta de la casa. José le grito si podíamos hablar con él. Se acerco y nos invito a entrar abriendo la pequeña cancela de madera.
En el interior de la casa una olla humeaba sobre una vieja cocina de leña. Despedía olor a cordero. Nos presentamos. El hombre se llamaba Armando, era un peón chileno nacido en Chile Chico . Al rato apareció su compañero Héctor, también chileno. Este era más retraído. Armando saco de un armario una botella de vino y lleno cuatro vasos. Mientras, José cortaba unas lonchas de chorizo que habíamos traído desde España. Brindamos por Chile.
Nos explicaron que ellos cuidaban de la estancia que se componía de seis mil cabezas de ganado ovino. Las ovejas pastaban libremente por las praderas. Ellos solo tenían que salir de vez en cuando a caballo con sus perros para tratar de ahuyentar a los pumas cada vez más presentes en la zona. Por esta causa perdían más de seiscientos ejemplares todos los años. La explotación se dedicaba íntegramente para la producción de lana.
Después de tomar los vinos y dar buena cuenta del chorizo nos enseño la nave donde esquilaban a las ovejas.
Unos cuantos fardos rebosaban de una lana de excelente calidad. Al fondo, sobre una valla de madera se secaba la piel de un enorme puma. Armando lo había matado con su revolver una semana atrás. Aquí en la Patagonia esto no está penado e inclusive te pagan dos mil pesos por cada animal y otros mil por la piel. Impresionaba con la naturalidad que lo narraba. Nos comento que para ellos era más fácil vivir aca, en Argentina que al otro lado de la frontera. Dos kilómetros escasos los separaban de su país de origen.
Nos despedimos de ellos después de hacernos unas fotos para la posteridad. Creo que les caímos simpáticos. Yo a ellos los note felices, sin televisión, con su botella de vino y su soledad.
Horas después dejamos atrás Perito Moreno para continuar en dirección hacia el sur. En Bajo Caracoles, un pueblo de veinte habitantes en mitad de la nada echamos combustible y charlamos unos instantes con el dueño del negocio. Se intereso mucho por el libro de Catwin. Le echo un vistazo por encima comentándonos que era bastante verídico lo que narraba en el libro. Tomo nota para comprárselo.
A poca distancia de Bajo Caracoles, detrás de una curva de la Ruta 40 nos dimos de bruces con unas tumbas. Esta zona de la Patagonia había sido colonizada por yugoslavos. Una de las tumbas pertenecía a un croata. En otras tres figuraba únicamente la fecha de fallecimiento, todas con fechas de los años treinta del siglo pasado. Entre el viento –me cuesta creer que la gente no se trastorne con este viento incesante- y la soledad del lugar la escena era sobrecogedora.
Pasados unos minutos nos cruzamos con ciclista. Pensé que era imposible que alguien tuviera el valor de marchar por esta ruta en bicicleta con vientos en contra que superaban con creces los ochenta kilómetros por hora. Paramos el coche a su altura para saludarlo. Nos dijo que era de Nueva Zelanda. Nos pidió agua. También le dimos fruta que devoro con ansiedad. Sobre el manillar de la bicicleta portaba la pierna de una guanaco que un rato antes había cortado a una que se había enredado en las alambres de la valla que protege la carretera. Esa iba a ser su cena. Que cojones tenía el hombre.
A las siete y media de la tarde llegamos a Gobernador Gregores, una pequeña ciudad resguardada de los fríos vientos por su ubicación en el Valle del Río Chico. Aquí se producen extremos térmicos que van de los 33.7°C en verano a -22.4°C en invierno. Encontramos alojamiento en un extremo de la ciudad. El individuo que lo regentaba era un fanático de la caza en África. Confidencialmente nos conto que en Kenia le habían ofrecido un trofeo de caza excepcional: matar a un hombre negro. Era algo habitual en África solo por el morbo de saber que se siente asesinando a un humano. Espero que rechazara la oferta. A mí esa noche me costó conciliar el sueño. Malditos hijos de puta.
Cerro Torre y Fitz Roy, dos monstruos en el fin del mundo.
Hoy rompemos la ruta de Chatwin. Nos vamos al parque de los glaciares, a saludar a dos monstruos llamados Cerro Torre y Fitz Roy.
Salimos de Gobernador Gregores tomando de nuevo la ruta 40. Tenemos por delante 240 kilómetros. Parte del recorrido se efectúa sobre ripio. Las estancias se suceden a ambos lados de la ruta. Son los únicos lugares donde se puede disfrutar de la vista de vegetación. Lo demás es puro desierto patagónico.
En el trayecto es normal encontrarte con guanacos – similares a las Llamas- muertos sobre las vallas que protegen ambos lados de la Ruta. Los guanacos, al intentar saltar las vallas quedan atrapados en sus pinchos y mueren por desnutrición. Era consciente de que este echo es producido por la mano del hombre pero de alguna forma preserva la seguridad del recorrido. Un accidente aquí puede resultar fatal, aislamiento y demora de auxilio no son buenos compañeros de viaje.
Recorríamos ahora la línea divisoria de un lago de aguas turquesas. El color del lago contrastaba con los tonos ocres de las montañas. Recogimos a dos argentinos que regresaban de trabajar durante siete meses en Ushuaia. Por lo visto se gana más dinero que en la zona continental. Ahora viajaban hacia Buenos Aires haciendo un poco de turismo.
Sobre las tres de la tarde aparecieron en el horizonte los primeros picos del parque de los glaciares. La visión era de una belleza total. El Fitz Roy con sus 3405 metros dominaba la escena. Al fondo, el mítico Cerro Torre de paredes verticales se mostraba inaccesible.
El mito del Cerro Torre
Los clavos de expansión colocados por Cesare Maestri en 1970 ya no están. Dos jovencitos decidieron arrancarlos en pos de la ética del alpinismo. En el Cerro Torre sólo existen dos únicas líneas de ascensión completa: la vía de los Ragni, en la cara oeste, y la vía del Compresor en la arista sureste. Todas las demás se adhieren a ellas, antes o después.
Y ¿por qué destruir sólo la vía de Maestri de 1970 y no otras vías? El Gran Capitán, o en el Eiger, por ejemplo. Cerro Torre. La Montaña Imposible. La Montaña Inescalable. Cuna de polémicas desde hace 55 años suma hoy una nueva página a su extenso historial. La vía del Compresor, polémica, histórica y dueña de una de las más grandes leyendas de la Patagonia, no existe más. Y con ello desparece el mito-.
Desde los primeros intentos, el Torre ha visto cientos de cordadas intentar ascender por sus paredes. Todas historias de sacrificio, aventura, sueños cumplidos y tragedia. La historia arranca en descripciones y fotos de la montaña mucho antes de la década del 50. El Padre Alberto María de Agostini describe al cerro como «formidables paredes de granito talladas verticalmente sobre el glaciar». Por su parte, Lionel Terray, primer ascensionista del Fitz Roy junto a Guido Magnone, sentenció: «por fin existe un cerro por el cual vale la pena arriesgar la vida». El mito comenzaba a nacer.
En 1957 dos expediciones italianas, una liderada por Walter Bonatti y otra por Bruno Detassis, y que incluía a Cesare Maestri, llegan a la zona con intención de escalar el Torre. Bonatti y los suyos por la cara oeste, mientras que Detassis estableció su campamento en la Laguna Torre. Bonatti, experimentadísimo escalador, encontró en el Torre un rival de fuste. Lograron ascender 600 metros por cuerdas fijas y otros 120 escalando en hielo «a veces extraplomado», pero allí terminaron, quedando aún otros seiscientos metros para la cumbre. La montaña que habían venido a buscar no les dio tregua. Según Bonatti, el Torre nunca sería escalado.
Del otro lado de la montaña, a Detassis, Maestri y el resto, las cosas no le iban mejor. Al ver la montaña, Detassis prohibió a su gente escalarla. «El Torre es imposible de escalar y no quiero que nadie arriesgue su vida al intentarlo», sentenció. Las dos expediciones volvieron derrotadas y el mito se agigantó aún más.
Pero Maestri era un hueso duro de roer y a pesar de grandes problemas y esfuerzos económicos, para 1959 armó una nueva expedición en la que contaba con Toni Egger en sus filas. El austríaco era una especialista en hielo, cuestión que le sería de gran utilidad en la ruta elegida: la pared norte. La historia, repetida casi como una película, es conocida.
En 1969 llega a los pies del Torre una expedición de italianos de Lecco liderada por Carlo Mauri y que contaba en sus filas con Casimiro Ferrari. A finales de Enero del año siguiente, Ferrari y otro de los integrantes de la cordada quedan a 200 metros de la cumbre. A su regreso, Mauri patea el hormiguero de la polémica y describe al cerro Torre como una montaña «sin escalar».
Cesare Maestri estaba harto de que se dudara de su palabra. «No volver al Torre sería darle la razón a quienes dudan de mí», bramó el italiano y emprendió la marcha hacia la Patagonia. Así surge la expedición Campiglio 70′ con el fin de escalar el cerro por la arista sudeste y en invierno.
La arista conoció varios intentos previos a la ascensión de Maestri. Japoneses (68/69), españoles (70) e ingleses entre diciembre de 1967 y enero de 1968. Fue esta expedición que incluía a Peter Crew, Martin Boysen, Mick Burke y Dougal Haston y al argentino José Luis Fonrouge la que más cerca estuvo de coronar. Tras progresar fijando cuerda, el equipo encontró que a medida que subían las dificultades se incrementaban y en su mejor intento, llegaron a 300 metros de la cumbre. Una de las causas por las que abandono los ingleses que intentaron el espolón sudeste en 1968 fue la pérdida de tiempo en la postura de buriles. Maestri tuvo la misma experiencia en la pared norte y, viendo que la nueva ruta incluiría muchos emplazamientos de clavos de expansión concluyó que necesitaba una ayuda extra. Nace así la idea del compresor de aire para acelerar la perforación.
En mayo de 1970 llegan a la Patagonia en pleno invierno y se enfrentan con toda su crudeza. Soportaron fuertes vientos, les nevó casi todos los días y en algunas oportunidades las temperaturas fueron de entre -20 y -25 C. De los 54 días que estuvieron en la zona sólo seis fueron buenos. Pasaron 28 noches en hamacas y vivacs con clima regular o malo. Durante su estancia nevó un total de 18m. El 9 de Julio se acaban las reservas de gas y deben abandonar indefectiblemente pero en vez de volver a Europa esperan el verano en una población cercana. Maestri reorganizó la expedición y vuelve en el verano. El primero de diciembre llegan a la base del headwall, y taladran una escalera de buriles de casi 200 metros.
El final de la expedición es más o menos conocido por todos los que alguna vez se interesaron por el Cerro Torre. La llegada a la no-cumbre (Maestri consideraba que el hongo somital no era la cumbre real), el descenso y la destrucción de los clavos del último largo, el compresor colgando de la pared. La polémica eterna.
Al regresar a Italia, el otrora héroe fue criticado sin piedad. Las dudas sobre la expedición con Toni Egger seguían creciendo. Nadie comprendía cómo había podido sortear la más técnica y compleja pared norte, martillando a mano y en tres días y medio, si para escalar el más accesible filo sudeste había necesitado 350 buriles y varios meses de asedio.
1974 tenía reservada la gloria para otro grupo de italianos. Se trataba de Las Arañas de Lecco, quien lideradas por Casimiro Ferrari escalan el Torre por el Oeste, siguiendo la misma ruta que el año anterior. Tres semanas después de iniciar la tarea alcanzan la parte final de la pared y fijan cuerdas hasta 200 metros de la cima. Pero el clima empeoró y tuvieron que regresar una semana despues. Con provisiones para un solo día más, Ferrari, Daniele Chiappa, Mario Conti y Giuseppe Negri llegaron a la cumbre a las seis menos cuarto de la tarde. Para muchos, esta ascensión es considerada como la primera real al Cerro Torre.
Más allá el serio intento de los ingleses y del argentino José Luis Fonrouge de 1967/ 68, la preeminencia en la montaña fue para los italianos. Y si bien en los años venideros se mantendría la presencia de los escaladores de la península, hubo otros europeos que comenzaron a pisar fuerte. Y si bien el estilo continuó siendo el del asedio, algunos artilugios nuevos comenzaron a llegar a la ladera de la montaña…y a subir por ella. Así se sucedieron ascensos como los de los ingleses Ben Campbell-Kelly y Brian Wyvill, y un box que los mantuvo en la pared durante casi un mes.
Cinco años después, el Torre vio cómo se acercaban un grupo de eslovenos que ya habían tenido éxito en el Diedro del Diablo en el Fitz Roy. Eran Janez Jeglic, Silvo Karo y Frank Knez, junto a otros seis escaladores compatriotas entre los que se destacaba Stane Klemenc. La línea a abrir transcurría por la gran canaleta en el centro de la pared Este. La ruta se llamó Devil’s Directissima y sería la primera de una marcada presencia de estos europeos en la zona. La temporada 86/ 87 fue testigo del ascenso de Silvo Karo y Janez Jeglic de una de las rutas más duras de la Patagonia. La vía avanza sobre la extraplomada pared sur del cerro, a la que se suma terreno inestable y roca quebradiza. Terminan la pared y llegan al gran nevé. Comienzan a travesear hacia el filo sudeste y con la presencia de la tormenta deben descender con una sola cuerda por la vía del Compresor. Los clavos ocultos bajo el hielo y los rapeles en travesía tornaron el descenso en una situación caótica.
Entre las rutas memorables que surgieron después, vale la pena destacar A la recherche du temps perdu, de Francois Marsigny y Andy Parkin en 1994; Cristalli Nell Vento, de los italianos Maurizio Giordani, Elio Orlandi y Odoardo Ravizza, por la cara norte también en 1995; Infinuto Sud, de Ermanno Salvaterra (1995), remontando la extraplomada pared Sur y con un box de aluminio; y ya en 2005, acaso la última gran ruta del Torre: El Arca de los Vientos, creada por Salvaterra, Rolando Garibotti y Alesandro Beltrami. La vía tiene el doble mérito de la vía tiene el doble mérito de hilar la pared este, norte, noroeste y el espolón oeste; y, a su vez, recorrer la misma línea que Maestri dice haber escalado junto a Egger. Tras el ascenso, sostienen que las descripciones que hizo Maestri sobre el terreno no concuerdan con lo que ellos vieron y que sólo hallaron restos de su expedición hasta 300 metros sobre el glaciar. Por tanto, dan como primer ascenso al Torre la vía de Las Arañas de Lecco de 1974.
Cuarenta y cinco años después de aquél intento de Maestri y Egger, la historia encontró su final en el mismo lugar: el Torre.
Fuentes: Escalada en Patagonia de Marco Durá y Guillermo Durá y Desnivel.com
Así paso nuestro primer día en El Clalten. AL fondo omnipresentes las montañas. El frio y el viento invadiendo valles y cimas, la climatología cambiante por minutos. Mañana era tocaba ver las montañas más de cerca. Y saborear lo que es el sufrimiento.